martes, 3 de octubre de 2000

NINDIRÍ-18.-

"VENECIA"
(Foto original de RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-18

Fecha:

Tue, 03 Oct 2000 01:39:39 +0200

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net


Al atardecer, un poco antes de las ocho, cuando viaja el amarillo y desciende el violeta, Lúa y yo salimos a pasear cañada adelante. Dejamos «Nindirí» por la verja de abajo y bajamos suavemente siguiendo el rastro de las últimas vacas que, de recogida, caminan perezosas cerca del primer pilón, del primer abrevadero, antes de la senda de Navalafuente.

Al cruzar la carretera, camino del colegio, un chucho pardo nos saluda e intenta aproximarse a la perra. Los dos le miramos con disgusto y nos deja proseguir calle abajo, cerca de ese chalet atemporal, atérmano, lleno de césped inútil y que linda con la pradera de los potros. A la derecha está la casa de “L”, con un madroño enorme plantado en el centro de ese porche descuidado, umbrío, en donde deshojamos unos nísperos este verano pasado.

Saludamos a la madre del alguacil, con sus achaques, que regenta el estanco del pueblo y pasamos junto a la casa de las palomas con su piscina pudorosa y envuelta en ese aligustre escaso. Ya en la entrada del pueblo, de mi pueblo, quebramos a la izquierda para evitar a “P” y subimos suavemente hacia la iglesia, buscando el mirador del cementerio. Allí, entre las tumbas deshechas que divisan el nuevo camposanto, vemos las montañas en sierra de La Cabrera, el Pico de la Miel y el Cancho Grande, y el final de la Cuerda Larga. No se puede ver «Nindirí», oculta entre sus árboles, pero se adivina el palomar y «El Montecillo».

Calle abajo de nuevo, la perra se asusta con el correr de una niña regordeta; niña de trenzas alegres. En su parada, la niña también se cohíbe y cesa en su carrera y yo, entre el fragor de miradas de perra y niña, casi me caigo tropezando con la propia Lúa.

Desembocamos nuevamente en la calle principal y ahorro un café por no saber de qué hablar y por no dejar a la perra atada en la calle. Ante la parada del autobús saludamos a dos jóvenes que esperan y, más abajo, de vuelta, chocamos con el inevitable “P” que nos habla de caza, de las golden o de las starking, de meses y de celos. Nunca he conseguido comprarle un yogur que no estuviera caducado y en mayo me traje, a su recomendación, una "reserva" de Muga carísima y que resultó muy útil para vinagre.

Ya oscurece y tenemos luna de compaña. Lúa no quiere beber en la fuente ni en el abrevadero. Subimos resollando la cuesta de la carretera de Valdemanco con las primeras estrellas y alcanzamos la verja bien rápido. Lúa corre hacia los bebederos y yo echo un vistazo a Miércoles y a Jueves que han venido a recibirnos alborozados.

Son días vacíos, sin motivaciones, sin compromisos o coherencias, días que anteceden al desorden y anuncian lo inevitable, en los que me mantengo impasible, sin lucha, casi sin ansia.