sábado, 7 de octubre de 2000

NINDIRÍ-20.-

"MONASTERIO EN CABO ESPICHEL"
(Original de RFT)


X400

Asunto:

NINDIRÍ20

Fecha:

Sat, 07 Oct 2000 02:09:54 +0200

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net


Ayer, poco antes de volver de Llanes por el camino de Saja di un paseo por la basílica y me paré ante la cruz de piedra que, según “C”, contiene los huesos del cementerio que había sobre la playa del Sablón. La cruz señala fecha de 1763 e indica que contiene sepultadas allí «las oseras». Yo había leído erróneamente: «…Aquí yacen sepultados los huesos de la Soseras»; y entendí que se trataría de alguien concreto, hasta que me corrigieron con la indicación de que lo grabado en aquella piedra era realmente «las oseras».

El diccionario de Doña María Moliner, incorporado a mi pupitre, refiere «osera» como «osería: guarida de osos». Para esa función de la guarda o custodia de osamentas usa el término «osero».

En esa cruz siempre hay flores y ayer había pétalos de buganvilla.
«Sic transit...»

Alguna vez os tengo que hablar de cruces, de las cruces de la carretera de Masaya que tanto me impresionaron. Las hay de todos los colores, formas y materiales; muchas de ellas invadidas por la maleza y otras retorcidas y tumbadas sobre innumerables bolsas de plástico. Son las cruces de los muertos Sandinistas y siempre me pregunté si los cuerpos estarían realmente allí o si fueron arrebatados y quedó sólo el símbolo, la señal.

Cuenta Salman Rushdie[1] que con motivo de un viaje a Nicaragua transitaba un día por la zona Norte, aún bajo el riesgo de «la Contra». El coche en el que iba ascendía por una carretera que va de Jinotega a Bocay y se trataba de un tramo famoso por su mortandad a causa de la explosión de una mina (la que mató a «los treinta y dos»). Rushdie, que es tan «dulce» en sus expresiones como un zumo de pomelo ―nunca he conocido un escritor tan antipático, incluyendo a Rosa Régas―, y conocía el terrible incidente, interrogó al oficial Sandinista que le acompañaba:

«¿Cómo protegéis las carreteras?», le pregunté al oficial del ejército que me acompañaba.

«Es imposible garantizar una seguridad total», me contestó.

«Comprendo―dije―. Sí. A propósito, ¿cómo sabéis cuando hay una mina en la carretera?»

«Se produce una gran explosión», replicó con cara de palo.

Y ahí quedó todo.

A mí siempre me impresionaron esas cruces de cuneta y su gran número.

Durante mi regreso, cuando iba llegando a Burgos, me llamaron por teléfono. Y el caso es que me han vuelto a alterar la conciencia, pero sigo madurando.

Cuenta “C” que el hijo de “M”, el nieto de tía “I”, anda muy preocupado por la muerte de Dios, por la muerte de Jesús. Dice el niño que a Jesús lo mataron «los Jidios en un palu», y estira los brazos para hacernos comprender tal muerte tan espantosa. Habla así porque ―según “C”― tiene acento de la «cuenca minera».

Ahora bien, lo importante no es que lo mataran «los Jidios» (al parecer hemos de traducirlo como «los Judíos»), sino que tales «Jidios», eran «¡¡¡franceses!!!», según cuenta el niño: «Los Jidios, que eran franceses, lu matarun en un palu».

Y queda tan campante.

Ya os dije que en este país lo de los «franceses» es algo peor que lo que hacemos con los gitanos, esos de los que en la «Cope» se extrañan de que sean todos «Evangelistas» o «Testigos de Jehová». A fin de cuentas, como dice mi madre, «protestantes»; pues mi hermana “C” dice que se va a Manchester y mi madre tiene un disgusto feroz porque todos los ingleses son «protestantes».

He vuelto del hospital. Juan y Sebastián duermen desde hace rato envueltos en sus edredones.

Mañana traeremos más gallinas, pollos, un gallo para el acoso y requiebro y tres patos más. Patos y patas. Pero no encuentro lugar para ensanchar el estanque…





[1] "La sonrisa del jaguar", Ed. Plaza & Janés, Barcelona 1997.