viernes, 24 de noviembre de 2000

NINDIRÍ-31.-


Dibujo original de Sebastián
(agosto 1996)


X400

Asunto:

NINDIRÍ-31

Fecha:

Fri, 24 nov 2000 02:24:07 +0100

De:

RFT

PARA:



Llevo un tiempo pensando que nunca he tenido una novia japonesa, ni siquiera una amiga japonesa, si es que yo puedo tener amigas que no sean novias o lo que sean. Ya sé que es una divagación que os resulta intrascendente, pero a mí me preocupa más de lo necesario porque, además, no conozco a ninguna japonesa: ¿o sí?

Y el caso es que el pensamiento no se me aparta, no se me distancia ni cuando bajo, ahora de noche, a rellenar los sectores del pienso diario. En tal labor, hago lo posible por no leer la etiqueta del pienso de los conejos pues, como ya anuncié el otro día, deben estar comiéndose toda la harina animal (¿harina?) que han retirado (dicen) a las vacas. No deja de ser una buena precaución, porque como Sebastián se entere de que alguien se ha comido un conejo vamos a tener un buen problema en esta casa. Por eso y por otras causas, como tenemos que ampliar el lugar de los patos, me extenderé en hacer una conejera entrando a la derecha, abajo de la residencia de verano de la señora Lúa y cerca de la tapia, con un buen letrero que diga: «Conejos alimentados con “harinas animales” modelo Creutzfeld Jacob»
Lo de mi novia japonesa, lo de mi ausencia, me ha traído a la cabeza otra reflexión. Pero las ausencias ya sabemos todos que no rinden arco iris ni brisas nobles. Mi padre se presentó un día en un pueblo de Cádiz con un «ausente» y en cada sitio que entraba, la gente empezaba a recular y a huir, pues al «ausente» lo habían declarado muerto hacía unos años por cuestiones de adjudicación de una herencia.
Pensaba yo que en la cadena alimenticia en que me muevo de resolución de conflictos, a base de mandobles judiciales, se provoca una paradoja insoportable. Si hemos de pensar que los conflictos son malos o, cuando menos, molestos, lo lógico es que desaparezcan porque, ¿a quién le gusta un pleito? Y si los conflictos han de desaparecer en aras de la bondad y armonía o amor en la gente (armonía/amor-nía; saber/sabor), ¿de qué voy a vivir o trabajar yo? Por ello, pese a lo de la japonesa, estoy condenado a saber que tengo que vivir siempre en los conflictos de los demás, en ese lugar que los demás no quieren y detestan, lo cual resulta ser descorazonador y muy poco japonés.

Hay gente que cuando hace daño persiste en creer que tiene que seguir hablando para justificar ese daño y si pueden llamar y contártelo, pues mejor. No les basta con hacer la puñeta sino que te tienen que contar por qué te hicieron la puñeta o pretender que lo que hicieron tiene justificación, cuando lo bueno, lo obvio, es no hurgar en la herida causada. Pero somos tan soberbios/bias que además de considerar que no hemos hecho nada, cuando ya lo hemos hecho con alevosía y ensañamiento, nos irrogamos el placer de hacérselo ver a quien hemos machacado.

"Samba triste-samba triste."

Pero hay quien no define su intimidad pretendiendo que los demás no la infrinjamos, pese a no conocer tales límites. Se inicia así el lugar del «tacto», el que uno ha de tener pese a la oscuridad, y de todos es sabido que el tacto en la oscuridad es aconsejable cuando no se obtienen las formas de otra forma o manera, como con las japonesas.

Hace muchos años me empeñé en un experimento fotográfico. A base de retorcimientos y contrastes pretendía conseguir que la persona que viera una determinada de mis fotos, pudiera decirme cosas de la fotografiada y ─en su caso─ el nombre. Conseguí así una foto (una Panatomic de 32 ASA forzada a lo bestia) casi a oscuras, en la que hube de limpiar tal cantidad de imperfecciones, contornos, torsos, escorzos y densidades, que acabó siendo el reflejo de un ser de porcelana. Porque hay mujeres que son de porcelana, por ejemplo las japonesas. Aún conservo la foto, pero no he conseguido que nadie me diga cómo se llama esa mujer, ya que no es ella, es lo que soy yo y dejé allí impreso, entre cubetas.
El viento baja racheado y golpea bruscamente la rejilla exterior de la campana de la cocina y yo, en este barco, mantengo los verdes de manzana contra los pardos de las nueces, pero no me hago al control de ese viento, dejo que me atraviese, como me atraviesa la terneza de un soplo, la ternura del recuerdo en lo que fui y en lo que me dejó y dejé.