X400
Asunto: | NINDIRÍ-25 |
Fecha: | Wed, 01 Nov 2000 02:56:05 +0100 |
De: | RFT |
PARA: | |
Referencias: |
Quizá todo sea porque muestro siempre mi mas feroz resistencia a este estado, a esta forma de soledad, de no ser compartido por nadie, pasando entre la gente como un simple roce, por lo que sigo empeñado en intentar enseñar las señales más delicadas de acercamiento. Al final, no entender dónde reside el "porqué" de no ser querido, intentando siempre entregar las cosas que me son más amables, me conduce al mismo abatimiento, porque cuando pierdo aquello que quiero, como si querer a alguien pudiera perderse, lo único que siento es la necesidad de hacerlo volver, el empuje de buscarlo, y, para la recuperación del sentimiento, del amor que estimo que ya no recibo, trato de buscar simplemente la presencia del ser amado, en cualquier forma que pueda conseguir. En esa búsqueda, aún más dolorosa que la profunda pérdida, arrastro conmigo una incontrolable necesidad de dar una explicación a lo que no la tiene, y en lugar de permanecer en mi silencio, en esa mi soledad, me dejo confundir por la ilusión de que un simple contacto, ese roce, una simple mirada, me devolverán el calor. Paseo así mi mirada, por los ojos agradables que se entrecruzan en mi caminar, mostrando siempre el ansia de encontrar algo en esos ojos, pero regreso vacío a mi interior, a ese interior en donde cuentan todas las filosofías que los párpados del ser amado no se cierran a la sonrisa, a ese "adentro" que cuentan también que nos sostiene y contra el que yo también lucho encarnizadamente, para que no me convenza. Luego, algunos días, cuando regreso vacío aquí arriba, con las manos tan abiertas y grandes como un beso, como si hubiera ido a ver cuadros de impresionantes paisajes y me encontrara el museo cerrado, las cosas ya no me acompañan, y mis tiempos, mis minutos, se convierten en horas interminables en las que ni siquiera brota ya la creación de una luz. Tan sólo al acordarme del sueño, de un sueño, puedo intentar leer unas pocas páginas que vencen mi voluntad de permanecer despierto y cuando al poco rato intento despertar, me dejo vencer al saber que no hay nadie, que ya nadie hará el ruido que acompaña una pequeña respiración.
En ese combatir contra la espantosa realidad del fracaso, y en momentos muy pequeños, me hago compartir por mi hijo, también pequeño, que si no puede darme al ser querido, sí puede dejarme atravesar por su sencillo querer, pero, como en esos instantes no se trata de una permanencia, sino de algo que, más pronto o más tarde, también viajará, me encuentro constantemente en una despedida, en una pérdida que hace la situación aún más difícil, como si uno sólo pudiera querer a quien siempre se está yendo.
Estar poseído por no tener el amor y estar en búsqueda permanente por no dejarme llevar al abandono, resulta ser exactamente la misma cosa, porque, al final, mi permanencia sólo busca que la rutina sea agradable, que sepa de quién soy y a quién pertenezco, aceptándolo, lo que acaba de conducirme, una vez más, a una rueda de despedidas en las que voy, poco a poco, perdiendo lo que siento.
Dice mi primo «R», que lo prolífico de los conejos acabará convirtiéndose, casi, en una invasión, en una plaga, pero aunque de la pequeña camada sólo ha quedado uno vivo, ya he visto que entre la pelusa del cajón, que la coneja se arrancaba del pecho, se mueven pequeños seres.
Hace ya un año, en el mismo sufrimiento, dibujé unas rayas entrecruzadas, como algas irreales, entre las que deslicé una pregunta:
«¿Quién es ese hombre que acompaña a Sebastián?»
Aún no lo encuentro, aún no consigo descansar y encontrarme y, mientras tanto, sigo buscando al ser querido, pero no me busco yo.