«Nindirí es el nombre de una princesa, modelo Pocahontas, de esas que se enamoran de un terrible conquistador y le descubren secretos, como la princesa mora de Antequera o la que permanece en el Garoé, en El Hierro, cerca de Guarazoca.
También es el nombre de un pueblito pequeño en Nicaragua.
Esta casa lleva su nombre.»
Poco tiempo después de llegar a esta casa en noviembre de 1999, a "Nindirí", comencé a escribir sin orden, frecuencia o consideración alguna, de aquellas cosas que, sucediendo a mi alrededor, creía yo que eran más necesarias. Al registrar esos sentimientos en un ordenador, decidí enviarlos por correo electrónico a un buen número de personas. Inicialmente remití cuatro escritos, que luego devinieron prólogos o prefacios de lo que después serían los "Correos de Nindirí". Todos van precedidos de ciertos datos técnicos correspondientes a su envío por Internet y de la fecha en que fueron enviados. "Nindirí" es el nombre de una princesa india, modelo Pocahontas, de esas que se enamoran de un terrible conquistador, como la princesa mora de Antequera o la que permanece en el Garoé, en la isla de El Hierro, cerca de Guarazoca, que es otro nombre de princesa. También es el nombre de un pueblito pequeño en Nicaragua. Esta casa lleva su nombre. Los textos, que permiten contrastar la distancia, no se escribieron para ser contestados, si bien algunos de sus receptores consideraron que debían manifestar su parecer. Tampoco se trataba de textos previstos para provocar una comunicación literaria. No son, por lo tanto, textos que tengan por intención, como otras veces en el pasado, generar una correspondencia. Dicho lo que no son esos correos, bien vale intentar explicar lo que sí son. Aunque el contenido ofrece lo que aquí ocurre, lo que a mí me sucede, la intención es provocar en el otro lo que a él le ocurre, lo que sucede en su entorno. Es decir, si yo hablara de un río, de un árbol, de un ser, no son tan importantes esas cosas como "el río, el árbol o el ser" que existe dentro de quien lee el mensaje, dentro de ti. No es así "mi río" lo importante, sino "tu río". Si mediante la mera lectura de estos textos, que trata de ser ágil y fresca, logras ver reflejados tus propios sentimientos, el texto del mensaje tiene sentido. Si no logra la lectura del texto ese objetivo, la acción del receptor no deja de ser un mero divertimento, aunque siempre puede empujarle a escribir o a reflexionar sobre sí mismo. Si el ánimo me lo permite, procuraré insertar un texto cada día, primero cada uno de los cuatro prólogos, después cada uno de los "Correos", cuya cadencia se interrumpió, hace tiempo, con el número sesenta y tres…
Y dios me hizo mujer, de pelo largo, ojos, nariz y boca de mujer. Con curvas y pliegues y suaves hondonadas y me cavó por dentro me hizo un taller de seres humanos. Tejió delicadamente mis nervios y balanceó con cuidado el número de mis hormonas. Compuso mi sangre y me inyectó con ella para que irrigara todo mi cuerpo; nacieron así las ideas, los sueños, el instinto. Todo lo que creó suavemente a martillazos de soplidos y taladrazos de amor, las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días por las que me levanto orgullosa todas las mañanas y bendigo mi sexo. (GIOCONDA BELLI)
Seguramente yo, que carezco de sentido en mi propia mi vida y que considero que es bueno vivir desesperanzado ―pues la esperanza es también un asidero peligroso; "Sólo de quienes carecen de esperanza cabe aún esperar algo”(H. Marcuse)―, encuentro en la acción de escribir un cauce para interpretar las condiciones del presente.
Los niños somos los únicos seres que aún podemos secuenciar el presente pues, como todos sabemos, los procesos de angustia están tan sólo en el pasado y en el devenir.
Mucha gente ha considerado que existe una cierta impostura en el hecho de escribir, pues el autor del texto no refleja necesariamente su plena condición en lo que transcribe. Piensan así que el texto o la palabra escrita son, por sí mismos, engañosos, ya que el ser que trasciende a estos pequeños signos negros es otro bien distinto: se ha escrito y muy bien sobre la seducción de las palabras (vbg.: Alex Grijelmo, “La seducción de las palabras”, Madrid, Ed. Taurus, 2000)
En mi realidad es frecuente que haya decidido mantener correspondencia con seres a los que nunca he visto, aunque en muchos casos tal situación haya venido precedida de un extraño conocimiento previo, inmaterial, siquiera aún escaso, pero muy intenso por lo en mí provocado. Lo que motiva mi hacer suele ser distinto de lo que interesa al receptor (en este caso tú) o de lo que le impulsa a escribir o a contestar, pero carece de importancia inicialmente tal motivo si el efecto que se provoca es agradable. Y un primer efecto habría de ser, necesariamente, que se provoque en ti lo que crees ilusión al esperar abrir estos textos. No obstante, siento que lo que se debería provocar en ti habría de ser, no tanto la ilusión o la esperanza de tal texto, sino el descubrir que lo que sientes hasta ahora que NO puede ser, tiene cabida: puede ser.
Es decir, uno tiende a creer que en su rutina diaria no tienen cabida cosas que, en momentos muy íntimos de reflexión o meditación, uno anhela, uno desea. El mero descubrimiento de lo contrario, encontrar un poema, observar a contraluz una tela de araña, nos lleva a pensar que no nos merecemos tal pequeña experiencia pues, sencillamente, creemos que esa propia rutina no nos deja tiempo para sentir el calor del sol en la mano. Entonces tendemos a atribuir al poema, al calor, al sentimiento, la facultad de despertar en nosotros algo que creíamos dormido, cuando lo cierto, lo verdadero, es que yo no soy la causa de tu ilusión, pues ella vive dentro de ti, como esas barras de regaliz que ya no existen o el sabor de las migas. Por eso es fácil concluir que estas líneas tan sólo son el pobre medio de que en ti despierte lo que guardas. No son así mis puestas de luna lo que te motiva (¿emociona?), sino tus propias puestas de luna. No es mi escasa ternura la que empuja la tuya, es la tuya la que brota e incluso, algunas veces, la que te impulsa a escribir.
Cuando yo llegué a esta casa a finales de 1999 comencé a escribir unos mensajes que envié a un número diverso de destinatarios. Al cabo de los años esos mensajes se convirtieron en los "Correos de Nindirí" que, sin frecuencia o cadencia alguna, solía remitir de vez en cuando, no porque pretendiera comunicar lo que aquí sucede, lo que en mi interior me asoma al alma, sino porque los mismos mensajes buscan que cada uno encuentre lo que en su interior rebosa.
Los textos no están corregidos (algún día lo haré) y no tratan, necesariamente, de provocar respuesta. Pretenden, únicamente, hacer comprender a quien los lee la búsqueda de su propia vida, sentimiento, experiencia, aquello que anida en sus corazones.
Los iré remitiendo poco a poco.
De esta forma,
mirando entre tus manos,
puedes revivir lo que fuiste,
que no es más que lo que eres,
lo que sentiste,
que no es más que lo que anidas
y lo que diste,
que no es otra cosa
que lo que tu alma anhela.
No soy por tanto yo quien hace que sientas, no lo olvides, no eres más que tú que te sientes sentido, porque...
…así como acaricias pétalos de rosa,
en rosales que no cuidas
y llevas a tu interior
el olor de mandarinas,
procuras también
que tus seres próximos,
sientan,
despertando en ellos
su propia esencia de lo sencillo.
En mi condición me resulta difícil hacerme simple. No acierto siquiera a encontrar los colores más semejantes, pero nada me impide aprender de la sencillez de los demás, de tu sencillez, en un camino que, sin sentido y esperanza, ha de conducirme a la aceptación de mí mismo.
En esa presumible tranquilidad, reside el color de la ternura
"CÓRDOBA"
(Teresita dibuja conmigo)
(En las faldas de Medina Azhara)
(Foto Original de Esther Medrano)
Siempre que en estos últimos años alguien se ha atrevido a preguntarme quién era YO, he respondido de la misma manera, usando el mismo texto, con muy pequeños cambios.
Justo es que lo transcriba aquí, para bien o para mal,
si bien, este texto, nunca formó parte de los
“Mensajes de Nindirí”
Hace tiempo transcribí esta frase como un anuncio, como una bandera para ondear, para presumir, como una enseña, un lema, una forma de mostrarme, de ser:
"(...) la palabra no importa, a través de ella extiendo una mano hacia ti. En otro mundo no necesitaría palabras. Aparecería en tu umbral. ―He venido a hacerte una visita ―te diría, y ahí se acabarían las palabras: te abrazaría y tú me abrazarías a mí. Pero en este mundo, en esta época, tengo que llegar a ti con palabras. Así que todos los días me transformo en palabras y envuelvo las palabras en papel como si fueran dulces..."[1]
Muchos la rechazaron.
No sé, quizá pensaron que no era una frase apropiada. Y sin embargo, la única esencia de las personas es la palabra: la palabra escrita.
Quiero ahora, con ello, contar de esta forma y por este medio algunas cosas que quizá ya se noten, pero que no está de más que se conserven, incluso cerca del corazón, para poder intentar lo que se quiera o para poder abandonarlo todo con dulzura.
Durante años he tratado de dejar mi trabajo actual y marcharme fuera de España, a Iberoamérica: si fuera posible a Nicaragua. No he podido conseguirlo, no es algo fácil, pero lo indico porque es y ha sido una de mis más preciadas intenciones y porque sé que ello es importante. Saber así que alguien quiere marcharse permite conocer algo del otro ―¿no os parece?― y, en todo caso, evitar conocerle, pues, podría pensarse: ¿Para qué procurar amar o conocer a otro que desea marcharse?
Todo ello sin olvidar cómo cada uno residimos en sitios distintos, en vidas distintas.
No obstante, se preguntaba O'brian por boca de uno de sus personajes:
"(…) Pero: ¿qué otra cosa mejor se puede hacer con el tiempo que amar a alguien...?"[2]
Necesito tocar y dar calor, pero sé y siento que, de entrada, son necesarias las palabras, estas palabras. Por eso yo siempre hablo de palabras. Sin palabras es muy difícil poder llegar a mí y los posibles encuentros han de venir precedidos de las palabras.
Trato de ser como siento, lo cual no es fácil, y prefiero hablar de eso que siento, antes de hacerlo de lo que soy o de lo que tengo.
No espero nada de nadie; esperar es siempre preconfigurar al otro o hacer acepción de personas y a las personas hay que recibirlas, acogerlas, llevarlas en el corazón, descansar entre sus manos y sus ojos, abrazarlas...
Leí, entonces, varias cosas más:
"(…) Empiezo a entender el verdadero significado del abrazo. Abrazamos para que nos abracen. Abrazamos a nuestros hijos para ser rodeados por los brazos del futuro, para llevarnos a nosotros mismos más allá de la muerte, para ser transportados..."[3]
Luego, encontré esto:
"(...) ¡Nunca contestas a mis cartas sobre cuestiones personales! Te das cuenta de que en el amor cualquier esfuerzo que uno hace para restablecer la razón está dirigido a disipar el aislamiento, y esos esfuerzos los pasas por alto..."[4]
También sabía de antiguo esto otro:
"(...) Es inútil imaginar que uno se enamore por una correspondencia espiritual o intelectual; el amor es el incendio de dos almas empeñadas en crecer y manifestarse independientemente. Es como si algo explotara sin ruido en cada una de ellas. Deslumbrado e inquieto, el amante examina su experiencia o la de su amada; la gratitud de ésta proyectándose erróneamente hacia un donante, crea la ilusión de que está en comunión con el amante, pero es falso. El objeto amado no es sino aquel que ha compartido simultáneamente una experiencia, a la manera de Narciso; y el deseo de estar junto al objeto amado no responde al anhelo de poseerlo, sino al de que dos experiencias se comparen mutuamente, como imágenes en espejos diferentes. Todo ello puede preceder a la primera mirada, al primer beso o contacto; precede a la ambición, al orgullo y a la envidia, precede a las primeras declaraciones que marcan el instante de la crisis, porque a partir de allí el amor degenera en costumbre, posesión, y regresa a la soledad..."[5]
Debo agradecer, además, que se acepte mi contacto, mi lectura, por cuanto ya sea en la soledad o en el bullicio, uno siempre desea que le encuentren. Así como hay seres que desean buscar, otros desean ser encontrados:
"(...) Se pasa el día buscando y por la noche quiere que le encuentren..."
Eso es lo que le dice la enfermera a su amante el zapador Sij en "El paciente inglés"[6], según la película de Anthony Minghella.
Ninguno buscamos realmente: queremos ser encontrados, como niños.
Aunque hay quien piense que las palabras siempre impostan, voy por este medio de las palabras procurando, como he dicho, comunicar menos lo que soy y más todo lo que siento, pues:
"(…) Los extraños son necesarios para poder explicar lo que uno hace y siente…"[7]
Por ello, esa condición de “extraño” en quien me lee, se disipa según voy avanzando en estos renglones. Por eso yo me hago palabra para ir a su encuentro.
Mi pugna interna busca mi propia coherencia; deseo salir del trabajo que hago y volcar el resto de mi existencia en tratar de aliviar el sufrimiento de los demás, principalmente de los niños. En ese camino me empeño cada día y recibo más desánimo que esperanza. No quiero andar solo ese camino, pero empiezo a pensar que no me va a quedar otro remedio.
Quizá, ya que conoces cómo sonreír con los ojos, tal vez puedas sacarme de zozobras:
A modo de explicación divertida o resumen, puedo proporcionar algún dato que permita, si no conocerme intensamente, al menos saber de mí, sentirme algo. No sé hacerlo de otra forma.
Tomo para ello lo que Joseph Addison escribía, según lo relata John Steinbeck:
"(...) He observado que un lector raras veces lee detenidamente un libro con placer mientras no sabe si aquel que lo escribió es rubio o moreno, de disposición colérica o apacible, casado o soltero..."[9]
Soy de corazón viejo y tiendo a veces a la tristeza.
Amo el pasado, las buenas cartas que vienen a verme desde el pasado.
No soy muy alto (1,70), ni rubio, ni moreno, porque tengo el escaso pelo que me queda bastante gris y blanco.
Unos 70 kilos, dice esa báscula absurda del baño, pero yo siempre me he visto por el estilo: con poco aprecio.
Tengo barba, porque, también según John Steinbeck:
"(...) una barba es la única cosa que una mujer no puede hacer mejor que un hombre...”
Me gusta el pan, el jamón, pasear junto al mar, pintar con acuarelas (de hecho me entretiene pero no sé hacerlo bien), decir tonterías de vez en cuando, besar, "resbalarme cuesta arriba..." (esto se lo oí a José Larralde en una canción), el jazz de fusión, las canicas, las burbujas...
Tengo una perra ya hace años, que desde hace dos tiene un compañero. Juntos tuvieron seis chicos, vivieron cuatro, que ya acarician otras manos.
Tuve un perro hace muchos años pero hube de regalarlo para que fuera más feliz.
Hay quien piensa que regalar tu propio perro es cruel.
Mi padre, de pequeño, tenía un perro que se llamaba CUAL. La gente le preguntaba:
―¿Cómo se llama tu perro?
Y él decía:
―CUAL
A lo que la gente contestaba:
―¡¡¡Pues cuál va a ser, pues ese perro!!!
Y ante lo que mi padre insistía:
―¡CUAL!, se llama ¡¡¡CUAL!!!
A veces, si no estoy muy triste ("...hay que formular leyes que relacionen protección con abatimiento; plástico con tristeza..."[11]), recojo hojas que seco en un cuaderno especial.
Otras veces, "...causo dolor a los que me aman..."[12]
Colecciono vientos, nombres de vientos reales. Tengo un cuaderno para ello, pero resulta algo volátil.
Quisiera viajar más.
También colecciono ejemplares de "La Isla del Tesoro"
Debe ser por esos viajes que hacíamos de pequeños en un "600", a Lekumberri, a Roncesvalles. Incluso nos llevaban a Lourdes y nos contaban esa historia en el coche durante el viaje, aunque, para que durara, nos leían repetidas veces los mismos capítulos, de un día a otro, y andábamos siempre metidos en un barril de manzanas.
Creo que la vida se compone de eso: de manzanas y amaneceres; quizá de algo más.
Conozco la isla de El Hierro y hago fotos que resultan aceptables.
Sólo trato en esta vida de que alguien me encuentre, me quiera y me acoja.
No sé si es sencillo.
Con todo ello, pienso yo, os podéis hacer una idea de la forma en que siento o lleguéis a la conclusión de que no soy nada.
Realmente debe ser que no soy nada,
que únicamente soy frases de otros acumuladas
que van depositando en mí sus sedimentos.
Y sin embargo,
este es un medio de palabras
y cualquiera que me lea
entendería el por qué,
aunque desconozca a Coetzee...
o no sepa de sufrimientos y miradas,
pues para poder sobrevivir a ello
y mirar entre las manos de quien se ama,
hay que llegar a él por las palabras,
envueltas en este papel líquido,
"como si fueran dulces".
Ciertamente tendrán razón,
no debo ser nada más que frases sin sentido,
perdidas en vacíos y ausencias:
"Soy un productor de taquicardia
Alguien que no quiere irse
ni se quiere quedar.
Alguien que es recibido con alegría en la primera noche
[12]De la Ópera de Humberto Giordano, “Andrea Chenier”, el movimiento de “La commare morta”; oído en un diálogo entre Tom Hanks y Denzell Washington, en la película “Philadelphia”
[14]Y aquí, mi mejor deseo y recomendación, es que busquéis “Cereza roja sobre losas blancas”, de Maram Al-Masri, Editorial Comares, Colección “Lancelot Inverso”, Granada, 2002. Son buenos poemas.
Mi último mensaje, el «62», lo escribí el 20 de enero de este año que acaba, fiesta de San Sebastián. Hoy, sin proponérmelo ante todos vosotros, estoy en San Sebastián, que no es lo mismo, pero me complace, y hace casi un año de mi ausencia y de vuestra lejanía.
Han pasado muchas cosas este año, imágenes que me vienen hoy en esta casa en la que estoy, escorada a barlovento, y que me han acompañado estos días, en el paseo de ayer tarde por las calles de esta ciudad, que me es extraña, como me son ajenas todas las ciudades, al no vivirlas.[1]
No quiero que se vea en estas líneas una despedida, sino un adormecer de los huesos y un canto a la distancia.
Los acontecimientos vividos desde mi anterior contacto desembocan claros y sencillos en este amanecer, y en algo en lo que no creo por pura conveniencia: la esperanza.
Murió la perra Lúa. Algunos ya lo escuchasteis de mis labios. Fue un accidente horrible y estúpido; todos los accidentes suelen serlo. Resulta que nos acomodamos, perdimos todos el trajín del riego y, tratando de extender el agua por todos los rincones de «Nindirí», decidimos disponer de conducciones nuevas y terminales diversos. Hay una gran variedad de difusores de agua. Por eso, ocultando la fealdad de las mangueras, tendimos tomas de goteo en los bancales de la huerta (Paco hizo bancales este año), por el seto rescatado (que ya brota fuerte), inundadores para los frutales y algunos árboles débiles o de climas fríos, aspersores para las aromáticas y en el talud de las hortensias, tomas de agua en las conejeras grandes o distribuidores en los rosales. Mientras los instaladores roturaban el suelo, cortando con cierta tozudez y éxito líneas de agua previamente extendidas y causando ese desconcierto que se abraza a todas las obras, según me contaron y en mi ausencia, brincaba la perra por doquier, se revolcaba en la hierba aún fresca, jugaba a esconder destornilladores y tubos, generando alguna irritación en los dos trabajadores de la contrata. Creo que fue “M” (¿sería “C”?) el que decidió apartar a la perra y la encadenó en su casa. Lúa no consentía los encierros. Solía escaparse por un hueco entre la casita y las mallas de alambre. Al hacerlo, al procurar volver a jugar, se enganchó la cadena en algún saliente de la valla y su propio peso hizo el resto. “M” intentó reanimarla, pero nada podía hacerse. Cuando llegué a las cinco, de vuelta tras las veleidades diarias, me encontré la situación y a “M” desesperado. La enterramos más abajo de las conejeras, en tierra negra y blanda. Días más tarde, Ramonín, mi primo, me visitó. Trajo consigo un plantón de mimosa que pusimos en la tumba. La proximidad de las arizónicas del muro de «Estelí» la ha secado con el tiempo, pero la hierba creció desde entonces y algunas flores.
Sebastián vivió esa muerte con gran angustia; yo ya no sé qué contaros. El sábado siguiente nos acercamos a Brieva y trajimos una cachorra muy blanca. Vino mareada en el coche, babeando, y se acostumbró pronto a «Nindirí». Sebastián decidió llamarla «Luna» y ayer destrozó un saco de cemento, otro de yeso y varios de arena de río. Eran los restos del hormigonado para un poste que, triangularmente situado frente a dos pinos, constituye la base de una plataforma alta en la que estamos construyendo una casita de árbol a la que se trepará por una pequeña escala. Desde allí observaremos y los niños jugarán entre sabores de pirata y sueños de un mar vencido.
Repoblamos nuevamente de conejos: dos machos australianos y una hembra, todos blancos; y Miguelito y Pocci, dos conejos enanos negros, aquél de ojos azules, ésta de proceder dulce y adaptable. Esperamos tres meses antes de vacunarlos y soltarlos en el Paraíso y en el Infierno. La hembra de australianos ha parido tres camadas, unos veintitrés gazapos. Pocci tuvo tres crías, murió una; otra escapó y vivió hasta hace poco, en que la reintegramos, suelta por el jardín, en un hueco junto al muro; la última sigue con todas las crías. No se ha reproducido la pasteurela, pero no acabo de saber los motivos por los que es preciso esperar tres meses para vacunar. Luego, a primeros de agosto, nos dieron a Wenceslao, un conejito pacífico y amable que estuvo a punto de perder un ojo en un enfrentamiento con Miguelito. También me regalaron tres chinchillas: simpáticas, «fuguistas», de piel suave y ojos vivos.
Finalizada la instalación del riego, me atreví a solicitar la construcción de un gran estanque. Ha sido penoso el proceso por causa de la lentitud y el desorden de la gente de “C”, pero hoy parece haber quedado establecido definitivamente, tras el fracaso evidente de la primera bomba que, con gran acierto, hemos sustituido por un elemento de achique, aislado y potente. Nadan allí tres ocas y ocho patos domésticos y nadie ha criado hasta ahora. Las ocas, como seguramente os han dicho, son animales díscolos y provocan constantes alarmas. Nadie se acerca ya a «Nindirí» sin que las ocas inicien su concierto. De anochecida, me siento en las rocas de la fuente y me entretengo desmigajando una barra de pan duro. No he podido contribuir aún a establecer un fondo de plantas acuáticas que, bien por inmersión o enganche profundo, me renueven parte del oxígeno. También querría criar algunos peces, de un cierto tamaño, buscando así un equilibrio en el estanque, aunque los patos son incompatibles con los peces o las plantas.
Reencontrando a Thoreau, volví por las sendas de las hormigas, paseé las mías propias, sin poseer, tratando de encontrar lugares en donde no pisé; tendí un par de hamacas según terminaba la primavera; dibujé zonas olorosas con jazmines, romero o salvia; planté nísperos, el único chirimoyo que no regalé y pequeños manzanos que, como muchos frutales, son perfectamente cultivables en macetas; incluso en espacios pequeños. Mañana debo acomodar un albaricoquero y un melocotonero, recordando los escasos poemas del cuaderno del martín pescador que los niños me regalaron a la vuelta del penúltimo verano. No me esfuerzo en los poemas, ni en su causa, pero lo haré al calor de otros lugares, pues me marcho.
Antes hablaré de otras cosas.
Los gestos de ingratitud han sido al final el consuelo ―si no el remedio― para poder separarme brevemente de esta forma de vida, que me era vivida sin yo aceptarlo, aunque me pesa mi falta de lealtad hacia vosotros, en la amistad y en la ausencia de contactos. Mi vida distante no ha procurado que os sea del todo fiel y me arrepiento de no haber correspondido a mensajes vuestros; de no ser todo lo próximo que hubiera sido necesario.
No pido que comprendáis esa distancia, sino que la aceptéis prendida en mí y, si os alcanza, que no os lleve a creer en mi desidia.
Cuenta Sebastián que, en una visita a casa de una amiga de Tania, pudo conocer de primera mano cómo, tras el enfado entre los cónyuges (los padres de esa amiga), el marido decidió abandonar el domicilio. Previamente se llevó consigo todos los elementos de un cuarto de baño, incluido el retrete, pues Sebastián constató el agujero en el suelo. Sufrió, no obstante, por la desaparición de una salita de cine en la que, pulsando hábiles botones, aparecían butacas y bajaba una pequeña pantalla. Los procesos de separación arrastran consigo, incluso, los elementos más variopintos, a los que hoy no escapan los inodoros, los cuartos de baño, en un desenfrenado espíritu posesivo.
He tomado la decisión de viajar durante un par de años. Son decisiones que, para ser honradas, responden a los hábitos del corazón, a la búsqueda de la coherencia, a seguir la verdad. Siempre he sido bien querido; siento no haber querido igual o no haber correspondido en el acierto, pero en ese amor emocionante, en el que me lanzo, en el que me dejo abrazar y abrazo, siento que ha de continuar mi vida.
Tendréis noticias mías pronto y, si en ello me organizo, podremos vernos. Mi casa, «Nindirí», queda para vuestro disfrute, para los que necesitéis vivirla, y así dispondré en lo necesario.
Ahora, con toda la presencia de hoy, os hago partícipes de mi alegría, de mi paz y, en tal deseo, os envío un fuerte abrazo.
P.S.: No hagáis caso de mis torceduras al escribir; no es más que la inclinación que me proporciona esta casa y, en su balanceo, quiebro cosas, pero no abandono.
"Je ne regrette rien, j'avance" (Éluard)
[1] Aunque sé que hoy ―15 de enero de 2010― Barcelona vive en mí para siempre.
Vargas, Llosa, ha, escrito, en, "El País", su, personal, encuentro, en, las, Islas, Marquesas, con, el, ambiente, y, la vida, de Gauguin.
Agotamiento de comas.
Los que hemos desembarcado en Las Marquesas con Conrad, los que hemos bajado al agua y buceado hasta la playa con Stevenson, sentimos que las cosas ya no son así.
Bucear en un arrecife a las siete y cuarto de la mañana, después de una noche de lágrimas, es querer tener miedo a alguna sombra, es querer ver peces malva transparentes, la sal doblada del mar y de esas lágrimas. Había que recorrer una distancia enorme para poder acceder a la serenidad que esos momentos supone, malas aletas, peores gafas, corazón en apnea, sol crujiente.
Hoy debo regalaros la palabra «BIZCOCHO». Sé que no es mucho, algo blando, bizcotela de cuando yo no era así, mostachones de Utrera, piel de naranja. Pero es casi todo lo que me queda y me queda Gauguin, sin llagas en las piernas.
Prescindiendo de la respiración, momento íntimo, lo que así somos queda unido a nuestro momento y si bajamos más aún, cuando el pulmón aguanta, no podemos compartirlo, porque en nada dependemos de nuestro desplazamiento empolvado y embarrado, como en nada nos amarramos al volver a la playa.
Hoy es San Sebastián y los asturianos celebramos el santo de lo que nos suaviza, del agua que nos cubre.
Mi razón de Gauguin estaba en el «Jeu de Pomme».
Ya no hay «Jeu de Pomme» desde hace años; tampoco hay transparencias en el mar de Torre del Mar y sigue siendo difícil acceder a bucear en la primera plataforma rocosa de Benidorm, pues pesa mucho el equipo y cuesta llegar allí. Pero hay recuerdos de sal, como hay Altea, recuerdos de Altea...
Todos los días, a las tres y cuarto, el ujier de la segunda planta del «Jeu de Pomme» daba la vuelta a mi cuadro. Capricho de Gauguin, ternezas derretidas de Marquesas, como el azúcar glaseado de mis bizcotelas. Allí, en esa planta de arriba, había un cartón con las chicas del colegio enredadas en sus túnicas y sus flores de hibiscus, damajagua, Uncas de ser.
A las tres y cuarto, abrían la urna y le daban la vuelta al cuadro. Era un cuadro de mañana y un cuadro de tarde, pero había que pillar la hora del volteo.
Ya hay conejos vivaces. Hemos empezado con dos hembras y un macho blanco.
Hay ojos de conejo.
Me han contado ―ya se ha demostrado científicamente según constatan―, que los problemas de próstata se arreglan haciendo pis sentado. Es una revolución femenina hastiada de tener que sentarse en algo sucio, por no levantar la tapa; las dos tapas. Cuentan que hay que sentarse a hacer pis y así no se padece, ya que padecer es algo oscuro y extraño; algo de lo que nos queda.
Como en «El Principito», no hay que tener en cuenta a quien lo cuenta; ni siquiera es preciso afear que haya quienes prefieren dormitar entre coníferas, disfrazados de caracol.
Son cosas del domesticar; cosas de zorro. No todo el mundo entiende de zorros que trepan por encinas, ni todo el mundo tiene la ternura de maestrar domesticando zorros. Pero todo el mundo tiene forma en sus ojos, incluso con el pelo ensortijado.
Sólo son bizcochos borrachos de moscatel y huevos moles.
No tengáis miedo de vuestra guaca.
Gauguin no es lo que era. Gauguin son los trazos acartonados, pelirrojos o negros, que se han depositado en nuestra mirada.
Y así, como todos los años, antes de verter buen mantillo y nuestro compost, antes de nivelar el terreno de la huerta y de herirlo removiendo su pasado, antes de elegir las nuevas hileras, las legumbres compatibles, la rotación y el modo de roturar lo que hemos decidido invadir, acondicionamos un poco el pequeño bancal profundo próximo al invernadero que Paco acabó de tender hoy. Plantamos los ajos y algunos brotes aún muy tímidos de cebollas, que no podíamos mantener en el interior por su tamaño y que quedan a expensas de las heladas de estos días. Esponjamos la tierra, la abonamos en los huecos profundos hechos con la pequeña laya y la cubrimos a la altura suficiente que nos permitía el suelo, como si hubiéramos de sembrar zanahorias. Arranqué previamente los troncos ya secos de las plantas de berenjena y luego pudimos señalar el marco que rodeamos con timidez de una pequeña protección de alambre trenzado. En todo ese tiempo nos acompañó una gentil gallina pendiente de los gusanos desenterrados y un cierto calor interpuesto entre el rocío aún persistente.
Aún más temprano, a la espera de que la tierra cariñosa se aireara, nos acercamos ―siempre Paco y yo― a Bustarviejo, en busca de plásticos, ensaimadas, pan de semillas y un café cargado con nuestras propias vidas.
El diario "El País" cuenta, en pasada edición del viernes 11, que un alto cargo de la CNMV quedaba bajo sospecha por dirigirse epistolarmente a un imputado famoso usando el término «estimado», a la vez que señalaba que tal sospecha pudiera confirmarse porque además se despedía frecuentemente del mismo con «abrazos». Dada tal tendencia a especular, yo debo andar rozando algún tipo de conducta culposa (si no dolosa), porque tengo la costumbre de enviar mis cartas con el término «querido/a» y asimismo me despido entre «abrazos». El término «estimado» se me hace difícil. La introducción mediante la palabra «señor», me sugiere distancia. Otras formas o locuciones me confunden; por eso busco en el «querido» transmitir eso: querer. Ahora bien, si esta tozuda tendencia mía pudiera ponerme en el «brete» (del malabar «betle»: "...pasta hecha con ciertas hojas que tienen sabor de clavo, y otros ingredientes, que los naturales de la India mastican y tragan después de haber arrojado el primer jugo extraído..." Doña María Moliner) de ser considerado sospechoso de alguna familiaridad, tendría que modificar toda mi vida ante la imposibilidad de ser coherente con los pocos principios que me asisten, reconociendo así la preeminencia del no siempre buen razonar de Ángela Vallvey.
En ese transcurrir fluvial de "El hilo azul" de Gustavo Martín Garzo, siempre bajo la mirada limpia de los niños, sin temor o sospecha, descubro que Juan Goytisolo ha publicado, bajo la protección de la Junta de Andalucía, un fornido ensayo prologado por José Ángel Valente sobre el pueblo de La Chanca, en la Almería que algunos conocemos. Se trata del pueblo, no de los aledaños. De igual modo, la tierra que hoy cavamos, horadamos, salpicamos de semillas, se trata realmente de nosotros, de todos nosotros, pues el amor carece de aledaños, como la mirada carece de esquinas.