martes, 1 de enero de 2008

YO.-

"CÓRDOBA"
(Teresita dibuja conmigo)
(En las faldas de Medina Azhara)
(Foto Original de Esther Medrano)

Siempre que en estos últimos años alguien se ha atrevido a preguntarme quién era YO, he respondido de la misma manera, usando el mismo texto, con muy pequeños cambios.

Justo es que lo transcriba aquí, para bien o para mal,

si bien, este texto, nunca formó parte de los

“Mensajes de Nindirí”


Hace tiempo transcribí esta frase como un anuncio, como una bandera para ondear, para presumir, como una enseña, un lema, una forma de mostrarme, de ser:

"(...) la palabra no importa, a través de ella extiendo una mano hacia ti. En otro mundo no necesitaría palabras. Aparecería en tu umbral. ―He venido a hacerte una visita ―te diría, y ahí se acabarían las palabras: te abrazaría y tú me abrazarías a mí. Pero en este mundo, en esta época, tengo que llegar a ti con palabras. Así que todos los días me transformo en palabras y envuelvo las palabras en papel como si fueran dulces..." [1]

Muchos la rechazaron.

No sé, quizá pensaron que no era una frase apropiada. Y sin embargo, la única esencia de las personas es la palabra: la palabra escrita.

Quiero ahora, con ello, contar de esta forma y por este medio algunas cosas que quizá ya se noten, pero que no está de más que se conserven, incluso cerca del corazón, para poder intentar lo que se quiera o para poder abandonarlo todo con dulzura.

Durante años he tratado de dejar mi trabajo actual y marcharme fuera de España, a Iberoamérica: si fuera posible a Nicaragua. No he podido conseguirlo, no es algo fácil, pero lo indico porque es y ha sido una de mis más preciadas intenciones y porque sé que ello es importante. Saber así que alguien quiere marcharse permite conocer algo del otro ―¿no os parece?― y, en todo caso, evitar conocerle, pues, podría pensarse: ¿Para qué procurar amar o conocer a otro que desea marcharse?

Todo ello sin olvidar cómo cada uno residimos en sitios distintos, en vidas distintas.

No obstante, se preguntaba O'brian por boca de uno de sus personajes:

"(…) Pero: ¿qué otra cosa mejor se puede hacer con el tiempo que amar a alguien...?" [2]

Necesito tocar y dar calor, pero sé y siento que, de entrada, son necesarias las palabras, estas palabras. Por eso yo siempre hablo de palabras. Sin palabras es muy difícil poder llegar a mí y los posibles encuentros han de venir precedidos de las palabras.

Trato de ser como siento, lo cual no es fácil, y prefiero hablar de eso que siento, antes de hacerlo de lo que soy o de lo que tengo.

No espero nada de nadie; esperar es siempre preconfigurar al otro o hacer acepción de personas y a las personas hay que recibirlas, acogerlas, llevarlas en el corazón, descansar entre sus manos y sus ojos, abrazarlas...

Leí, entonces, varias cosas más:

"(…) Empiezo a entender el verdadero significado del abrazo. Abrazamos para que nos abracen. Abrazamos a nuestros hijos para ser rodeados por los brazos del futuro, para llevarnos a nosotros mismos más allá de la muerte, para ser transportados..." [3]

Luego, encontré esto:

"(...) ¡Nunca contestas a mis cartas sobre cuestiones personales! Te das cuenta de que en el amor cualquier esfuerzo que uno hace para restablecer la razón está dirigido a disipar el aislamiento, y esos esfuerzos los pasas por alto..." [4]

También sabía de antiguo esto otro:

"(...) Es inútil imaginar que uno se enamore por una correspondencia espiritual o intelectual; el amor es el incendio de dos almas empeñadas en crecer y manifestarse independientemente. Es como si algo explotara sin ruido en cada una de ellas. Deslumbrado e inquieto, el amante examina su experiencia o la de su amada; la gratitud de ésta proyectándose erróneamente hacia un donante, crea la ilusión de que está en comunión con el amante, pero es falso. El objeto amado no es sino aquel que ha compartido simultáneamente una experiencia, a la manera de Narciso; y el deseo de estar junto al objeto amado no responde al anhelo de poseerlo, sino al de que dos experiencias se comparen mutuamente, como imágenes en espejos diferentes. Todo ello puede preceder a la primera mirada, al primer beso o contacto; precede a la ambición, al orgullo y a la envidia, precede a las primeras declaraciones que marcan el instante de la crisis, porque a partir de allí el amor degenera en costumbre, posesión, y regresa a la soledad..." [5]

Debo agradecer, además, que se acepte mi contacto, mi lectura, por cuanto ya sea en la soledad o en el bullicio, uno siempre desea que le encuentren. Así como hay seres que desean buscar, otros desean ser encontrados:

"(...) Se pasa el día buscando y por la noche quiere que le encuentren..."

Eso es lo que le dice la enfermera a su amante el zapador Sij en "El paciente inglés" [6], según la película de Anthony Minghella.

Ninguno buscamos realmente: queremos ser encontrados, como niños.

Aunque hay quien piense que las palabras siempre impostan, voy por este medio de las palabras procurando, como he dicho, comunicar menos lo que soy y más todo lo que siento, pues:

"(…) Los extraños son necesarios para poder explicar lo que uno hace y siente…" [7]

Por ello, esa condición de “extraño” en quien me lee, se disipa según voy avanzando en estos renglones. Por eso yo me hago palabra para ir a su encuentro.
Mi pugna interna busca mi propia coherencia; deseo salir del trabajo que hago y volcar el resto de mi existencia en tratar de aliviar el sufrimiento de los demás, principalmente de los niños. En ese camino me empeño cada día y recibo más desánimo que esperanza. No quiero andar solo ese camino, pero empiezo a pensar que no me va a quedar otro remedio.

Quizá, ya que conoces cómo sonreír con los ojos, tal vez puedas sacarme de zozobras:

"Nunca se entiende un sueño,

más que cuando se quiere a un ser humano,

despacio, muy despacio,

y sin mucha esperanza..." [8]

A modo de explicación divertida o resumen, puedo proporcionar algún dato que permita, si no conocerme intensamente, al menos saber de mí, sentirme algo. No sé hacerlo de otra forma.

Tomo para ello lo que Joseph Addison escribía, según lo relata John Steinbeck:

"(...) He observado que un lector raras veces lee detenidamente un libro con placer mientras no sabe si aquel que lo escribió es rubio o moreno, de disposición colérica o apacible, casado o soltero..." [9]

Soy de corazón viejo y tiendo a veces a la tristeza.

Amo el pasado, las buenas cartas que vienen a verme desde el pasado.

No soy muy alto (1,70), ni rubio, ni moreno, porque tengo el escaso pelo que me queda bastante gris y blanco.

Unos 70 kilos, dice esa báscula absurda del baño, pero yo siempre me he visto por el estilo: con poco aprecio.

Tengo barba, porque, también según John Steinbeck:

"(...) una barba es la única cosa que una mujer no puede hacer mejor que un hombre...”

“… ―so pena de terminar en un circo…” añade. [10]

Me gusta el pan, el jamón, pasear junto al mar, pintar con acuarelas (de hecho me entretiene pero no sé hacerlo bien), decir tonterías de vez en cuando, besar, "resbalarme cuesta arriba..." (esto se lo oí a José Larralde en una canción), el jazz de fusión, las canicas, las burbujas...

Tengo una perra ya hace años, que desde hace dos tiene un compañero. Juntos tuvieron seis chicos, vivieron cuatro, que ya acarician otras manos.

Tuve un perro hace muchos años pero hube de regalarlo para que fuera más feliz.

Hay quien piensa que regalar tu propio perro es cruel.

Mi padre, de pequeño, tenía un perro que se llamaba CUAL. La gente le preguntaba:

―¿Cómo se llama tu perro?

Y él decía:

CUAL

A lo que la gente contestaba:

―¡¡¡Pues cuál va a ser, pues ese perro!!!

Y ante lo que mi padre insistía:

¡CUAL!, se llama ¡¡¡CUAL!!!

A veces, si no estoy muy triste ("...hay que formular leyes que relacionen protección con abatimiento; plástico con tristeza..." [11]), recojo hojas que seco en un cuaderno especial.

Otras veces, "...causo dolor a los que me aman..." [12]

Colecciono vientos, nombres de vientos reales. Tengo un cuaderno para ello, pero resulta algo volátil.

Quisiera viajar más.

También colecciono ejemplares de "La Isla del Tesoro"

Debe ser por esos viajes que hacíamos de pequeños en un "600", a Lekumberri, a Roncesvalles. Incluso nos llevaban a Lourdes y nos contaban esa historia en el coche durante el viaje, aunque, para que durara, nos leían repetidas veces los mismos capítulos, de un día a otro, y andábamos siempre metidos en un barril de manzanas.

Creo que la vida se compone de eso: de manzanas y amaneceres; quizá de algo más.

Conozco la isla de El Hierro y hago fotos que resultan aceptables.
Sólo trato en esta vida de que alguien me encuentre, me quiera y me acoja.

No sé si es sencillo.

Con todo ello, pienso yo, os podéis hacer una idea de la forma en que siento o lleguéis a la conclusión de que no soy nada.

Realmente debe ser que no soy nada,

que únicamente soy frases de otros acumuladas

que van depositando en mí sus sedimentos.

Y sin embargo,

este es un medio de palabras

y cualquiera que me lea

entendería el por qué,

aunque desconozca a Coetzee...

o no sepa de sufrimientos y miradas,

pues para poder sobrevivir a ello

y mirar entre las manos de quien se ama,

hay que llegar a él por las palabras,

envueltas en este papel líquido,

"como si fueran dulces".

Ciertamente tendrán razón,

no debo ser nada más que frases sin sentido,

perdidas en vacíos y ausencias:

"Soy un productor de taquicardia

Alguien que no quiere irse

ni se quiere quedar.

Alguien que es recibido con alegría en la primera noche

con reserva en la segunda

y es expulsado en la tercera.

Soy un tipo triste que llora sobre las cuartillas

o sobre un hombro pasajero.

Soy un desastre como mi pasado

un mal sueño como mi porvenir

y una catástrofe como mi presente..." [13]

Seguramente,
es verdad:

no soy nada.

Por eso voy a ti

con las palabras...

...que espero contestes,

como el aire,

fácilmente. [14]





[1] J.M. Coetzee, "La edad de hierro", Ed. Mondadori, Barcelona 2002.

[2] Patrick O’brian, “La fragata Surprise”, Edhasa, Barcelona, 1995.

[3] J.M. Coetzee, ibídem.

[4] Anaïs Nin y Henry Miller, “Una pasión literaria-Correspondencia 1932-1953” -27 de Julio de 1933-Ediciones Siruela, Madrid, 1991, 2003.

[5] Lawrence Durrell, “Justine”, Edhasa, Barcelona, 1970.

[6] Michael Ondaatje, “El paciente inglés”

[7] Theodore Zeldin, "Historia íntima de la humanidad”, Alianza Editorial, Madrid, 1966.

[8] Pedro Salinas, “Poesía”, Alianza Editorial, Madrid, 1977.

[9] John Steinbeck, “Viajes con Charley”, Ediciones Península, Barcelona, 1998.

[10] John Steinbeck, ibídem.

[11] John Steinbeck, ibídem.

[12] De la Ópera de Humberto Giordano, “Andrea Chenier”, el movimiento de “La commare morta”; oído en un diálogo entre Tom Hanks y Denzell Washington, en la película “Philadelphia”

[13] Raúl Rivero, “Herejías elegidas”- “Malos Sueños”, Ed Betania, Madrid, 2003.

[14] Y aquí, mi mejor deseo y recomendación, es que busquéis “Cereza roja sobre losas blancas”, de Maram Al-Masri, Editorial Comares, Colección “Lancelot Inverso”, Granada, 2002. Son buenos poemas.