martes, 24 de diciembre de 2002

NINDIRÍ-63.-



PLAYA DE ANDRÍN
EL CASTRO
(Original RFT-móvil) 

Asunto:
NINDIRÍ-63....
Fecha:
Tue, 24 Dec 2002 11:41:26 +0100
De:
RFT
Para:

Mi último mensaje, el «62», lo escribí el 20 de enero de este año que acaba, fiesta de San Sebastián. Hoy, sin proponérmelo ante todos vosotros, estoy en San Sebastián, que no es lo mismo, pero me complace, y hace casi un año de mi ausencia y de vuestra lejanía.
Han pasado muchas cosas este año, imágenes que me vienen hoy en esta casa en la que estoy, escorada a barlovento, y que me han acompañado estos días, en el paseo de ayer tarde por las calles de esta ciudad, que me es extraña, como me son ajenas todas las ciudades, al no vivirlas.[1]
No quiero que se vea en estas líneas una despedida, sino un adormecer de los huesos y un canto a la distancia.
Los acontecimientos vividos desde mi anterior contacto desembocan claros y sencillos en este amanecer, y en algo en lo que no creo por pura conveniencia: la esperanza.
Murió la perra Lúa. Algunos ya lo escuchasteis de mis labios. Fue un accidente horrible y estúpido; todos los accidentes suelen serlo. Resulta que nos acomodamos, perdimos todos el trajín del riego y, tratando de extender el agua por todos los rincones de «Nindirí», decidimos disponer de conducciones nuevas y terminales diversos. Hay una gran variedad de difusores de agua. Por eso, ocultando la fealdad de las mangueras, tendimos tomas de goteo en los bancales de la huerta (Paco hizo bancales este año), por el seto rescatado (que ya brota fuerte), inundadores para los frutales y algunos árboles débiles o de climas fríos, aspersores para las aromáticas y en el talud de las hortensias, tomas de agua en las conejeras grandes o distribuidores en los rosales. Mientras los instaladores roturaban el suelo, cortando con cierta tozudez y éxito líneas de agua previamente extendidas y causando ese desconcierto que se abraza a todas las obras, según me contaron y en mi ausencia, brincaba la perra por doquier, se revolcaba en la hierba aún fresca, jugaba a esconder destornilladores y tubos, generando alguna irritación en los dos trabajadores de la contrata. Creo que fue “M” (¿sería “C”?) el que decidió apartar a la perra y la encadenó en su casa. Lúa no consentía los encierros. Solía escaparse por un hueco entre la casita y las mallas de alambre. Al hacerlo, al procurar volver a jugar, se enganchó la cadena en algún saliente de la valla y su propio peso hizo el resto. “M” intentó reanimarla, pero nada podía hacerse. Cuando llegué a las cinco, de vuelta tras las veleidades diarias, me encontré la situación y a “M” desesperado. La enterramos más abajo de las conejeras, en tierra negra y blanda. Días más tarde, Ramonín, mi primo, me visitó. Trajo consigo un plantón de mimosa que pusimos en la tumba. La proximidad de las arizónicas del muro de «Estelí» la ha secado con el tiempo, pero la hierba creció desde entonces y algunas flores.
Sebastián vivió esa muerte con gran angustia; yo ya no sé qué contaros. El sábado siguiente nos acercamos a Brieva y trajimos una cachorra muy blanca. Vino mareada en el coche, babeando, y se acostumbró pronto a «Nindirí». Sebastián decidió llamarla «Luna» y ayer destrozó un saco de cemento, otro de yeso y varios de arena de río. Eran los restos del hormigonado para un poste que, triangularmente situado frente a dos pinos, constituye la base de una plataforma alta en la que estamos construyendo una casita de árbol a la que se trepará por una pequeña escala. Desde allí observaremos y los niños jugarán entre sabores de pirata y sueños de un mar vencido.
Repoblamos nuevamente de conejos: dos machos australianos y una hembra, todos blancos; y Miguelito y Pocci, dos conejos enanos negros, aquél de ojos azules, ésta de proceder dulce y adaptable. Esperamos tres meses antes de vacunarlos y soltarlos en el Paraíso y en el Infierno. La hembra de australianos ha parido tres camadas, unos veintitrés gazapos. Pocci tuvo tres crías, murió una; otra escapó y vivió hasta hace poco, en que la reintegramos, suelta por el jardín, en un hueco junto al muro; la última sigue con todas las crías. No se ha reproducido la pasteurela, pero no acabo de saber los motivos por los que es preciso esperar tres meses para vacunar. Luego, a primeros de agosto, nos dieron a Wenceslao, un conejito pacífico y amable que estuvo a punto de perder un ojo en un enfrentamiento con Miguelito. También me regalaron tres chinchillas: simpáticas, «fuguistas», de piel suave y ojos vivos.
Finalizada la instalación del riego, me atreví a solicitar la construcción de un gran estanque. Ha sido penoso el proceso por causa de la lentitud y el desorden de la gente de “C”, pero hoy parece haber quedado establecido definitivamente, tras el fracaso evidente de la primera bomba que, con gran acierto, hemos sustituido por un elemento de achique, aislado y potente. Nadan allí tres ocas y ocho patos domésticos y nadie ha criado hasta ahora. Las ocas, como seguramente os han dicho, son animales díscolos y provocan constantes alarmas. Nadie se acerca ya a «Nindirí» sin que las ocas inicien su concierto. De anochecida, me siento en las rocas de la fuente y me entretengo desmigajando una barra de pan duro. No he podido contribuir aún a establecer un fondo de plantas acuáticas que, bien por inmersión o enganche profundo, me renueven parte del oxígeno. También querría criar algunos peces, de un cierto tamaño, buscando así un equilibrio en el estanque, aunque los patos son incompatibles con los peces o las plantas.
Reencontrando a Thoreau, volví por las sendas de las hormigas, paseé las mías propias, sin poseer, tratando de encontrar lugares en donde no pisé; tendí un par de hamacas según terminaba la primavera; dibujé zonas olorosas con jazmines, romero o salvia; planté nísperos, el único chirimoyo que no regalé y pequeños manzanos que, como muchos frutales, son perfectamente cultivables en macetas; incluso en espacios pequeños. Mañana debo acomodar un albaricoquero y un melocotonero, recordando los escasos poemas del cuaderno del martín pescador que los niños me regalaron a la vuelta del penúltimo verano. No me esfuerzo en los poemas, ni en su causa, pero lo haré al calor de otros lugares, pues me marcho.
Antes hablaré de otras cosas.
Los gestos de ingratitud han sido al final el consuelo ―si no el remedio― para poder separarme brevemente de esta forma de vida, que me era vivida sin yo aceptarlo, aunque me pesa mi falta de lealtad hacia vosotros, en la amistad y en la ausencia de contactos. Mi vida distante no ha procurado que os sea del todo fiel y me arrepiento de no haber correspondido a mensajes vuestros; de no ser todo lo próximo que hubiera sido necesario.
No pido que comprendáis esa distancia, sino que la aceptéis prendida en mí y, si os alcanza, que no os lleve a creer en mi desidia.
Cuenta Sebastián que, en una visita a casa de una amiga de Tania, pudo conocer de primera mano cómo, tras el enfado entre los cónyuges (los padres de esa amiga), el marido decidió abandonar el domicilio. Previamente se llevó consigo todos los elementos de un cuarto de baño, incluido el retrete, pues Sebastián constató el agujero en el suelo. Sufrió, no obstante, por la desaparición de una salita de cine en la que, pulsando hábiles botones, aparecían butacas y bajaba una pequeña pantalla. Los procesos de separación arrastran consigo, incluso, los elementos más variopintos, a los que hoy no escapan los inodoros, los cuartos de baño, en un desenfrenado espíritu posesivo.
He tomado la decisión de viajar durante un par de años. Son decisiones que, para ser honradas, responden a los hábitos del corazón, a la búsqueda de la coherencia, a seguir la verdad. Siempre he sido bien querido; siento no haber querido igual o no haber correspondido en el acierto, pero en ese amor  emocionante, en el que me lanzo, en el que me dejo abrazar y abrazo, siento que ha de continuar mi vida.
Tendréis noticias mías pronto y, si en ello me organizo, podremos vernos. Mi casa, «Nindirí», queda para vuestro disfrute, para los que necesitéis vivirla, y así dispondré en lo necesario.   
Ahora, con toda la presencia de hoy, os hago partícipes de mi alegría, de mi paz y, en tal deseo, os envío un fuerte abrazo.
P.S.: No hagáis caso de mis torceduras al escribir; no es más que la inclinación que me proporciona esta casa y, en su balanceo, quiebro cosas, pero no abandono.


"Je ne regrette rien, j'avance" (Éluard)


[1] Aunque sé que hoy ―15 de enero de 2010― Barcelona vive en mí para siempre.