lunes, 8 de septiembre de 2008

MENSAJES DE NINDIRÍ

MEDINA AZAHARA
(Foto original de RFT)

Seguramente yo, que carezco de sentido en mi propia mi vida y que considero que es bueno vivir desesperanzado pues la esperanza es también un asidero peligroso; "Sólo de quienes carecen de esperanza cabe aún esperar algo” (H. Marcuse), encuentro en la acción de escribir un cauce para interpretar las condiciones del presente.
Los niños somos los únicos seres que aún podemos secuenciar el presente pues, como todos sabemos, los procesos de angustia están tan sólo en el pasado y en el devenir.
Mucha gente ha considerado que existe una cierta impostura en el hecho de escribir, pues el autor del texto no refleja necesariamente su plena condición en lo que transcribe. Piensan así que el texto o la palabra escrita son, por sí mismos, engañosos, ya que el ser que trasciende a estos pequeños signos negros es otro bien distinto: se ha escrito y muy bien sobre la seducción de las palabras (vbg.: Alex Grijelmo, “La seducción de las palabras”, Madrid, Ed. Taurus, 2000)
En mi realidad es frecuente que haya decidido mantener correspondencia con seres a los que nunca he visto, aunque en muchos casos tal situación haya venido precedida de un extraño conocimiento previo, inmaterial, siquiera aún escaso, pero muy intenso por lo en mí provocado. Lo que motiva mi hacer suele ser distinto de lo que interesa al receptor (en este caso tú) o de lo que le impulsa a escribir o a contestar, pero carece de importancia inicialmente tal motivo si el efecto que se provoca es agradable. Y un primer efecto habría de ser, necesariamente, que se provoque en ti lo que crees ilusión al esperar abrir estos textos. No obstante, siento que lo que se debería provocar en ti habría de ser, no tanto la ilusión o la esperanza de tal texto, sino el descubrir que lo que sientes hasta ahora que NO puede ser, tiene cabida: puede ser.
Es decir, uno tiende a creer que en su rutina diaria no tienen cabida cosas que, en momentos muy íntimos de reflexión o meditación, uno anhela, uno desea. El mero descubrimiento de lo contrario, encontrar un poema, observar a contraluz una tela de araña, nos lleva a pensar que no nos merecemos tal pequeña experiencia pues, sencillamente, creemos que esa propia rutina no nos deja tiempo para sentir el calor del sol en la mano. Entonces tendemos a atribuir al poema, al calor, al sentimiento, la facultad de despertar en nosotros algo que creíamos dormido, cuando lo cierto, lo verdadero, es que yo no soy la causa de tu ilusión, pues ella vive dentro de ti, como esas barras de regaliz que ya no existen o el sabor de las migas. Por eso es fácil concluir que estas líneas tan sólo son el pobre medio de que en ti despierte lo que guardas. No son así mis puestas de luna lo que te motiva (¿emociona?), sino tus propias puestas de luna. No es mi escasa ternura la que empuja la tuya, es la tuya la que brota e incluso, algunas veces, la que te impulsa a escribir.
Cuando yo llegué a esta casa a finales de 1999 comencé a escribir unos mensajes que envié a un número diverso de destinatarios. Al cabo de los años esos mensajes se convirtieron en los "Correos de Nindirí" que, sin frecuencia o cadencia alguna, solía remitir de vez en cuando, no porque pretendiera comunicar lo que aquí sucede, lo que en mi interior me asoma al alma, sino porque los mismos mensajes buscan que cada uno encuentre lo que en su interior rebosa.
Los textos no están corregidos (algún día lo haré) y no tratan, necesariamente, de provocar respuesta. Pretenden, únicamente, hacer comprender a quien los lee la búsqueda de su propia vida, sentimiento, experiencia, aquello que anida en sus corazones.
Los iré remitiendo poco a poco.

De esta forma,
mirando entre tus manos,
puedes revivir lo que fuiste,
que no es más que lo que eres,
lo que sentiste,
que no es más que lo que anidas
y lo que diste,
que no es otra cosa
que lo que tu alma anhela.

No soy por tanto yo quien hace que sientas, no lo olvides, no eres más que tú que te sientes sentido, porque...

…así como acaricias pétalos de rosa,
en rosales que no cuidas
y llevas a tu interior
el olor de mandarinas,
procuras también
que tus seres próximos,
sientan,
despertando en ellos
su propia esencia de lo sencillo.

En mi condición me resulta difícil hacerme simple. No acierto siquiera a encontrar los colores más semejantes, pero nada me impide aprender de la sencillez de los demás, de tu sencillez, en un camino que, sin sentido y esperanza, ha de conducirme a la aceptación de mí mismo.

En esa presumible tranquilidad, reside el color de la ternura