viernes, 13 de abril de 2001

NINDIRÍ-51.-


CÓRDOBA
(Foto original de RFT)


Asunto:
NINDIRÍ-51
Fecha:
Fri, 13 Apr 2001 02:03:40 +0200
De:
RFT
Para:

Alguien, quizá alguno de vosotros, debería acertar a explicarme por qué sangramos, por qué nos desangramos tanto en esclarecer nuestras vidas o por qué no valen tales vidas un simple beso en lugar de una catarata de actuaciones cada vez más complejas.
¿Acaso los amores imposibles no son asimismo amores?
¿Acaso su imposibilidad los hace distintos en la intensidad de su sentimiento?
¿No es más rico el amor de dos, tal vez tres, miradas cruzadas de mesa a mesa en una cafetería con un ser extraño al que no conocemos, que esa profusión de gestos y vivencias en la que decidimos atravesarnos todos los días?
¿O es que esos amores, que tan sólo duran segundos y que no se consuman más que en un instante, no nos suponen el riesgo de recordar lo que de nosotros mismos ofrecemos?
Pues el efecto,
el amor,
el sentimiento
son necesariamente ciertos
sea cual sea su duración,
su posibilidad,
su desencuentro,
ya que en ese desencuentro
reside el querer puro,
el que no es correspondido,
sea o no extenso.

Hemos dotado nuestras vidas del poder de negar la realidad.
Lo que nos sume en lo imposible, lo que no alcanzamos a comprender, queda descalificado: si el amor es imposible -decimos-, no es cierto, no es amor porque carece de nuestra pretendida, ¿voluntariedad?
Y así..., 
¿Cómo se vive?
¿Cómo es posible que ante tal expresión razonada de lo incierto no acabemos desangrados?
Me duele la espalda de ser tan amigable y no querible y de extender semillas de tagete y clavelón indio por los arriates, de depositar cuatro, quizá cinco, semillas de calabaza en pequeños huecos de los pasadizos que hay abiertos una vez (¿enrejado?) «enmallado» el huerto en protección de gallinas y demás huéspedes.
El verbo enmallar, «enmallarse», más correcto, hace alusión al enredo de los peces en la red y aquí tendríamos que haber puesto ya un estanque, si no fuera por el problema del circuito del agua. Hacer cosas aquí, en homenaje al agua, bastaría para rehacer totalmente las zonas aún dañadas, pero dada su escasez y la condición que la misma está alcanzando (véase si no el último artículo al respecto en "Investigación y Ciencia", versión castellana del "Scientific American" del corriente mes de abril), no veo acertados sistemas hidráulicos que me permitan, siquiera, abastecer suficientemente la zona del huerto, donde ya no queda más espacio que en los bordes y esperando que el fresco, que aún nos visita en estas noches, permita al arrancar las remolachas, sembrar algún melón y sandía al abrigo de la primera zona de patatas.
Cruzo también los dedos por los pequeños brotes de acelgas y espinacas que, rompiendo los terrones, comienzan a estallar y he aconsejado y practicado una mayor sequedad y aridez este año, precisamente para equilibrar la intensa cantidad de lluvia caída con la primera cosecha de tubérculos que estará lista a primeros de Junio.
También he decidido combatir el invierno estéril que hemos padecido con los conejos y seleccionado las parejas más adecuadas ―se brindan, incluso, dos hembras por cada reproductor en las parideras―, dejando a los machos más jóvenes en la zona de abajo que, umbría de hierbas verdes y nuevas, habrá de ser el lugar de descanso cuando a los veinte días separemos a los gazapos de sus madres.
Murió Arturo. Lo enterré bajo la hortensia de Beta y quedaron unos cuantos huevos sin incubar en la casita cercana al pequeño estanque de los patos, donde Paco sostiene que sólo se pueden bañar de uno en uno.
En estos días, al atardecer rojo de las lomas posteriores de Canencia, camino con las perras por los mismos senderos de hace un año, retornando cansados a casa, las manos dispuestas, las mejillas alegres y frías.

Hay que preparar "Caldo Bordelés".
Mañana sembraré en los semilleros («semillaré») salvia, orégano, apio y cilantro, y he sido gentilmente aleccionado para distinguir el romero del cantueso.