domingo, 31 de diciembre de 2000

NINDIRÍ-37.-

«El niño de la chapa»

(Fuenterrabía, mayo 1998)

(Foto original de RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-37

Fecha:

Sun, 31 Dec 2000 21:17:22 +0100

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net


Cuando llamaron los niños esta mañana,
me quedé más relajado

al saberlos rodeados de nieve
y dispuestos a comerse el mundo,
que muchas veces sólo es de turrón.
Me acordé de Pany

y del aislamiento que ello supone.
Vivo felizmente rodeado de sonrisas tristes,
sin hacer lo que tendría
y con el día de noche y la noche de día.
He recibido hasta nueve invitaciones

a cenar diversas cosas,
a cenar molinos preciosos

y campanadas, digo yo.
Eso ha de ser que puedo compartirme,
aunque sea por un rato,
pero no me apetece soltar mis estrellas.
Quizá debería bajar al pueblo.
A fin de cuentas
soy el único abogado que tributa en esta zona,
por eso han debido cobrarme el IAE dos veces
y algún derecho a pasear me he ganado.
Cuesta salir de donde uno está cada día,
pese a lo que mucha gente se empeña,
aunque siempre hay quien no se empeña en nada
y aún así subyace,
o quizá,

debería decir subsiste.
Yo lo hago con las manos
que me han dejado abiertas.
El caso es que hay ciertos días
en los que no se puede ser uno mismo,
ni siquiera haciendo trampas.
Enganchado a mi corbata de pequeños conejos,
encenderé una vela por los que me insisten y no me necesitan
y encenderé otra por los que sí me necesitan y no me insisten.
Ambas a Dios,
porque al diablo,
yo no le enciendo ni velas:
ya me enciendo yo.
Me cubriré de índigo y granza por lo que no hice
y de azul y naranja por lo que ya hice.
Luego,
hacia el martes,
viviré desenrollado,
en gajos,
como leí,
con acanaladuras repujadas.
Mañana,
no tan temprano,
cubriré nuevamente las lechugas
y quitaré las hojas muertas del madroño,
recordaré el ramadán de mis ausencias
y daré gracias al viento por poder seguir leyendo.
Es un viento del Oeste
que trata de meterme miedo por las noches,
pero ignora que hemos abandonado las zanahorias
al pequeño topo que se ve desde la cocina
y que,
aquí,
es un lugar para ver cosas.
Plantamos árboles para que los toquen otros.
Los niños,
todos los que son niños,
no alcanzan las ramas
(sólo se suben).
Cuando las alcanzan,
ya no son niños
y así sigue el ciclo.
Cambiamos sonidos,
ensartamos nubes que no son tejibles.
Y pasa el año,
todo se rompe,
muere y brota,
mas nadie recuerda ya

los arenales de Byrsa.


P.S.:
Para Sebastián...

(...) Y para la madre de Sebastián:


"Los niños que dejamos atrás,
viven dentro de las chapas que no cogimos,
bolsillos de caramelos chupados,
galletas perdidas,
escondites de cromos y canicas,
en donde flotan las burbujas
y los restos de globos,
lugares a los que no volvemos,
espacios de cuarzo y arena de parque,
que podemos extender
cuando liberamos suavemente el calzado,
antes del baño.
Niños de cabeza rapada,
que saben hacer lo que no hicimos,
pero no pueden abarcarnos...;
sólo pueden y quieren
tendernos sus pequeños brazos."