viernes, 8 de diciembre de 2000

NINDIRÍ-34.-

«RÍA DE LA RABIA»

(FOTO ORIGINAL DE RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-34

Fecha:

Fri, 08 dec 2000 00:54:43 +0100

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net

Cuando decidí ampliar la zona de los patos, hace ya algunos días, no pensaba en tener un tiempo tan otoñal, tan lluvioso. Tanto es así que no he podido evitar un nuevo encharcamiento por falta de un buen drenaje, aunque la tierra que he cercado tiene mayor consistencia que la que rodea el estanque. Cada cierto tiempo (unas dos semanas) vacío el estanque y limpio en lo posible el envase, para que estos patos tengan agua fresca. Sólo Arturo se limpia a conciencia, pero los demás, aún jóvenes, permanecen con el plumón del pecho de un sucio amarillento, resultado de su descanso sobre la greda. También he cambiado la dieta y, no fiándome del pienso molido por las impurezas y harinas, les doy grano mezclado en tres proporciones: trigo, avena y mijo; mezcla que, aunque mantiene las impurezas propias del deshojar o descascarillar los granos, es más propicia al crecimiento y ―fundamentalmente― a la salud de estos pobres que soportan estoicamente la llegada del invierno con la cabeza bajo el ala.

Dos son los cuentos que más recuerdo de mi infancia: "La Isla del Tesoro" y "El Maravilloso Viaje de Nils Holgërsson a través de Suecia". Éste segundo, verdadero manual de geografía para niños sobre tierra que aquí nos es extraña, es un verdadero tratado sobre los patos salvajes y a mí me queda la esperanza de que alguna mañana, al bajar con la reciente escarcha y tras un primer café ―mi ansiado café marítimo que me despierta―, me hayan emigrado algunos patos para regresar en primavera.

Son malos tiempos si veo polillas acechando en las ventanas al resplandor de la luz, moscas en la casa, o si encuentro mosquitos (sí, mosquitos) en el baño de abajo, donde tendemos la ropa al abrigo de la humedad exterior. No pueden ser más que excesos del cambio climático por mucho que llueva, por mucho que escarche o rocíe.
Ya no veo petirrojos. Parece que sólo abundan en zonas caras, como los aledaños del golf en "La Moraleja" o los que recuerdo con cariño y junto a Mario en "La Horizontal". En esa ausencia descuido los comederos que ahora deberían estar repletos de sebo, pero es que no recuerdo pedirlo en la carnicería, al igual que olvido los huesos de Lúa.
Ayer, cuando paseábamos hacia el pueblo, entre niños y seres mágicos que vuelan por las nubes, unos chicos nos advirtieron de la presencia de un cachorro abandonado en unos contenedores de basura. Me acerqué y bajo un gran cubo verde yacía asustado, mojado y huraño, un cachorro redondo, sucio y peludo, como una bola. Al sopesarle con cuidado, pues no se dejaba acercar, descubrí que se trataba de una hembra, probablemente de un mastín español, algo cruzado, color mostaza y con esos ojos rasgados que asemejan maquillaje en los mastines. La envolví en una bolsa y me la traje a casa, con Lúa preocupada.
Lúa, que duerme con Miércoles sin sobresaltos, se acostumbró pronto a esa presencia, aunque Nala ―así pensamos llamarla salvo mejor opinión vuestra; se aceptan sugerencias―, pasó mala noche, estuvo inquieta, se dejó abrigar poco y amaneció temprano.

Aprovechando haber terminado la sesión de antibiótico que hube de dar a Lúa estos días, incluyendo varias inyecciones por una infección próxima a la parótida, bajamos hoy a ver a Begoña la veterinaria. Antes, con un amanecer que fue soleado, busqué nuevamente el inicio del pienso para cachorros que me vendió Fernando ―que dice que se llama Luis― y me mezcla el grano que antes os expuse.
Nala está bien, pero tengo que desparasitarla y cuidarla de estos fríos y humedades. Como Miércoles, me aparece con edad sobrevenida y sin control, con síntomas de haber sido maltratada, pues no tiene otra explicación su carácter huraño. Tras las pastillas, en unos días, iniciaremos las vacunas, pero como la llegada de Lúa vino acompañada de varias infecciones, ya estoy curado del susto y de los rigores.

Todo esto me hace pensar en mis manías y terquedades, en reacciones bruscas y destempladas que puedo bien curar con semejantes ejercicios de humildad y tolerancia ante los desórdenes que se avecinan y que son tan lógicos como los movimientos y el caminar o deambular inicial de los niños pequeños. También me hace más sensible o, más bien, me empuja a sentir más las cosas pequeñas, en esa tristeza que me acompaña al pensar en los niños, en esos niños pequeños que debería acoger, quizá en lugar de hacerlo con perros, patos o cualquier animal que aquí se acerca.
Si yo reflexionara lentamente sobre ello en estos próximos días, sacaría fruto de donde el hastío y la inmadurez, esa que fomento, se enconan, pero me resulta imposible compatibilizar mi trabajo diario con estas cosas sencillas y pequeñas que me rodean, por mucho que me acompañe la lentitud…,

porque así como no consigo hacerme simple,

lo cual ya os he dicho algunas veces,

tampoco alcanzo el placer de lo quieto,

de lo que duerme

simplemente por dormir,

o de lo que,

reposando en mi interior,

no consigue mejorar la mejor de mis sonrisas.