domingo, 4 de febrero de 2001

NINDIRÍ-42.-


  X400
Asunto:
NINDIRÍ-42
Fecha:
Sun, 04 Feb 2001 22:24:29 +0100
De:
RFT
PARA::

Hay que volver al remanso, bajen como bajen las aguas; las del Saja, por cierto, bastante preñadas.
Como el tiempo y algunas otras cosas parecían funcionar, el viernes 2, cumpleaños de mi hermana Covadonga, a la que olvidé felicitar, Sebastián y yo nos subimos para Llanes.
Encuentro muchas veces complejo mantener  conversaciones animadas con Sebastián en ambientes pequeños o íntimos, como lo constituyen los coches. Aparte de preguntarme por el monstruo del Lago (Loch) Ness o el motivo por el que a las niñas «les salen pechos» (sic.), siempre me resulta difícil mantener una conversación fluida a lo largo de las cuatro o cinco horas que nos suele durar este viaje.

Con el temor de encontrar cerrado el puerto de La Palombera, ante lo insoportable del tramo Reinosa-Torrelavega, dejamos Nindirí a mediodía y tras una parada en Burgos, iniciamos la subida a Fontibre a primera hora de la tarde, encontrando mucha nieve, pero con el puerto abierto, que a la altura de Tojo (Toxo) se nos nubló. El vaquero que bajamos a Cabezón nos dijo que querían arreglar la carretera del puerto, craso y gravísimo error pues, en cuanto la arreglen, comenzarán a merodear por La Palombera todo tipo de imbéciles dominicales. En su estado actual, hasta poco antes del cruce de Bárcena Mayor, el firme es poco más o menos como el del Rallye de Córcega y a la altura de los primeros tramos del hayedo del «Bosque de los Gnomos», más pronto a más tarde se hace necesario meter bruscamente la primera y frenar hasta con las suelas para no arremeter contra alguna vaca. Suele ocurrir en alguna curva cerrada y sin visibilidad, que es donde las vacas se esconden. Es cuando hemos de aprovechar para no tragarnos el airbag, como también es, a partir de los primeros bandazos, cuando Sebastián dice que se marea, pero de esta forma disfrutamos del fuerte caudal del Saja que baja en cascadas violentas por esta época, que todavía no es la del deshielo. La mayor parte de los indicadores forestales, hasta poco después de cruzar la casa abandonada de los Peones Camineros ―donde la hiedra hace hogar y el viento resbala―, están marcados de pintura rosa con la leyenda: "Salvad La Palombera". Pero mucho me temo que esto, como otras cosas, no lo salva nadie.
Al llegar a Llanes, de anochecida, con el cansancio y un cierto desánimo que siempre da el volver a los sitios que uno asocia a personas que le traen tristezas y uno quiere, le quieran o no, me encontré, tanto sin ganas de participar en reuniones complejas, como de saludar a mucha gente, así que, tras los encuentros sí buscados y queridos, deambulamos un poco hacia la ría, para luego desembocar en «El Pinín» y echar una sidra con aceitunas. A Sebastián le gusta "El Pinín" y a mi la sidra, así que nos podemos compenetrar un poco. Hay quien dice que la sidra ataca el intestino y produce colitis ulcerosa. A mí me parece que la sidra hay que saber beberla y dejarse de sandeces; como hay que saber comer aceitunas. De esta forma y con lo puesto, nos marchamos a leer y a dormir el cansancio del viaje y el temor del día.
Amaneció guapo y como teníamos que buscar patatas en Posada, desayunamos fuerte por si un casual, un mal aire o simplemente un lumbago. En esta insistencia, Sebastián gusta de descender la calle principal y surtirse una docena de pastas en «Casa Abelardo», que por cierto andan un poco rancias últimamente. Yo, en cambio, prefiero la tortilla de escabeche, pero cada uno es cada uno y Dios ha de andar sobre todos.
Camino de Posada, entre panochas y palmeras, no vimos revolotear ningún ángel. Lo que sí vimos fueron gaviotas, muchas gaviotas que a Sebastián impresionan con su vuelo rasante y que Coté considera descaradas. Al llegar con buen sol, Luis Lobo me habló con franqueza:
....Aquí ya sólo traemos las variedades que nos compran. Hace unos años esto era una delicia, pero hoy la gente dice que no se da, que no tienen cuerpo, que no rinden. Teníamos incluso la Red Chief, porque aquí no gusta la patata blanca, la gente la desprecia, pero hoy ya no nos da para tanto...
Yo tenía que haberle dicho algo de los patatales de Niembro, pero me callé, porque cuando uno no es experto hay que callarse, aunque yo no lo haré con el encargado del taller de mi coche, que después de soplarme 66.000.-Pts. en la última revisión del martes, me dejó el depósito del limpia-parabrisas más seco que el desierto del Gobi; término que nunca empleo con Sebastián, cuyas nociones de geografía son aún deleznables, por esa estupidez de algunos colegios que han retirado los mapas de las paredes, aunque los niños de Madrid se sepan de memoria la orografía de Talamanca del Jarama. Por ejemplo, Sebastián cree que Moscú está cerca de Londres, la cual anda cerca de Burgos, y lo mismo le da colocar Sevilla en Finisterre, que Argamasilla de Alba en Bremen; supongo yo que por aquello del Imperio.
En el almacén, Luis Lobo me dijo que sólo tenía la Desirée, la temible Jaerla, la Spunta y la Baraca.
La roja Desirée ya la conozco, así que me traje cincuenta kilos para mí y para los que me han pedido plantarla. La Baraca es algo resistente y copiosa, mientras la Spunta, según nos dé la lluvia, ya veremos, es una patata temprana y rápida.

Todo esto, como muchas otras cosas, se va perdiendo. La gente compra patatas, sin más, y así nos va, cuando, con un mínimo esfuerzo, podríamos volver a la antigua usanza, dejándonos de la más que simple distinción de si hemos de freír o de guisar. También pasa con lo sitios, con los vientos, con las estrellas que ya nadie ve o conoce, e incluso con las personas a las que ni conocemos ni queremos.
Dicen algunos (pocos, afortunadamente) que yo escribo bien. Es mentira, no soy ninguna perla ortográfica, confundo los acentos y los hiatos y abundo en circunloquios expuestos con cuatro socorridas palabras y dos expresiones mal encajadas. Lo que pasa es que cuento cosas que nadie quiere contar y por eso parece simpático. Pero si os preocupara dejar la luz y mirar las estrellas, bien pronto avanzaríais por este camino torpe, que es el mío, pues no tengo ya otro. Por eso y por otras revanchas, cargué unos cien kilos de mis variedades, todas del Pirineo Navarro, y en lugar de sembrar hortalizas indiscriminadamente, me traje flores para confundir las hileras y los setos.
Conocí a Gracia Noriega (más bien le escuché durante un buen rato) y me extrañó que no bebiera whisky, sino cerveza, pero me perdí mucho (¿sobremanera?) en sus recuerdos políticos sin contraponer. También me perdí en el mediodía del sábado, hasta que pude acabar ante un plato de patatas cocidas, con su cebolla, ajo y pimiento bien ligado.
Al venirme la zozobra, hacia la cuatro y media, me rescató mi primo Ramón, al que voy encajando como algo que me falta en el alma. Ramón había llegado de Huesca en la madrugada del sábado y, casi sin dormir, se llevó a Lucas y a Sebastián a ver un alca que para en el puerto. Como no sabéis lo que es un "alca" (no es un alcatraz pero tiene alas y aspecto pínnido), le preguntáis a Guillermo o a Ramonín mi primo.
Y por todo esto o por la valentía, decidimos dar un paseo a la «Caseta del Enano», en el Resquilón, cerca del Mazucu. Si estáis en casa de Ramón, tiráis para Pancar y alcanzáis Parres. De ahí, bordeando La Pereda y esas mañangas, cogéis la carretera que va al Mazucu, en la que según Ramonín no caben dos coches. Arriba, arriba, aparcáis bien alto, a la altura de la pista que sube al Valle de Viango, en el Alto de la Tornería, procurando no hacerlo cerca del embarcadero de vacas, que es lo que yo hice. Ya sé que para vosotros, que estuvisteis en la Guerra, el Resquilón es un monte tremendo, plagado de antenas y roca caliza, y que, visto desde Llanes, os parecerá el Annapurna. Pero yo, que venía avisado por Ramonín de la situación de la carretera, aunque prometí once veces dejar de fumar y rezar el rosario, le perdí el miedo y le gané la confianza.

La senda sube enfrente del embarcadero o el torno de encajonar esas vacas, y es suave, salvo por algún repecho. Los niños, Sebastián y Lucas, corrían vereda arriba, hacia las ovejas. Aunque tanto desde abajo, como desde la mar, os parezca una mole impresionante, el camino la alcanza cresteando y a traición, por detrás, zigzagueando suavemente entre caballos, ovejas pintadas de verdes colores y mucho musgo. En unos cuarenta minutos se alcanza cumbre y toda la parafernalia de antenas, pero, la «Caseta del Enano», o el propio enano, ya no están.
Cuenta Ramonín que hace años estaban allí el repetidor de televisión y el transformador eléctrico. Como la zona es tormentosa y domina tanto el viaducto de San Antolín de Bedón como todo el Concejo de Llanes, dice Ramón que allí arriba vivía un enano, empleado de la compañía eléctrica. Se ven los Picos a poniente, todo El Cuera y el plegamiento que, según Ramón, engaña por la mañanas en Llanes y que va a morir en el Pico Soberrón. Por las tardes, dice Ramón, tal plegamiento adopta un color malva, mientras "El Cuera", el verdadero, el del "Turbina", azulea.

Es precioso poder distinguir por colores. Yo, sin ir más lejos, amo a una mujer clara y fuerte que todo lo expresa en colores y no se da cuenta. Nunca en mi vida he tenido a alguien tan próximo, alguien que me apuntale tanto, que
sabe de mí,

me empuja
me revuelca
y me levanta,
me azulea,
me enrojece,
me verdea
la ilusión,
me ennegrece
de cariños,
me blanquea,
me ESTREMECE
de naranjas,
de turquesas,
de esmeraldas...

El enano tenía por misión reconectar el transformador si, por algún rayo, quedaba sin luz la zona de la carretera que va a Meré y al propio pueblo de El Mazucu, y vivía ahí arriba, en su caseta. Una noche, la trifulca de rayos debió ser tan intensa que un par entraron por la caseta y se puso todo totalmente azul eléctrico (hay una tienda de juguetes en París, en el Faubourg, frente a Hermès que se llama «Le nain bleu») Esta circunstancia puso al enano los pelos de punta (en todos los sentidos: de miedo y de electricidad) y echó a correr monte abajo. Nunca más consiguieron que subiese y por eso en El Mazucu, abajo del Resquilón, algunas veces no hay luz, y por eso, la gente, como El Roxín, el del Bar, conocen las estrellas, como conocen el jamón y el chorizo, a base de los cuales y con una botella de "Cune", conseguí convencer a Ramón de que me contara todo esto.
Me quedan algunas cosas y algunos incendios; también mi comida de hoy en el Landa.

Yo me casé en el Landa.
Me queda Viango, la tumba de los alemanes, las chovas y grajas y los tortos de Puertas de Vidiago. Pero eso lo dejamos para cuando sembremos los espárragos.