miércoles, 24 de enero de 2001

NINDIRÍ-39.-

X400

Asunto:

NINDIRÍ-39

Fecha:

Wed, 24 Jan 2001 23:21:52 +0100

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net

Hoy he bajado tarde, ya anochecido, a cumplir con los deberes de mi soledad, que son los propios de mi sexo.

Hace años tuve la fortuna de asistir a un juicio de faltas en el antiguo Juzgado de Distrito de la calle Prim. Yo había ido a celebrar el mío, que trataba de un señor que no había querido pagar unas codornices en un restaurante del que yo era asiduo cliente, alegando que estaban pasadas, y montó tal escándalo que, como estaba comiendo allí medio Ministerio del Interior, cuatro generales de división y algún que otro conspirador, no hubo otro remedio que detenerlo (hay gente muy imprudente en este mundo, tanto mujeres como hombres, ya que estamos con el delirio del género y del sexo). A mí no me preocupaba tanto lo de las codornices, como el que hubieran llamado hijo de puta al dueño del restaurante que, a lo mejor sí lo era, pero que mi amistad con él me obligaba a defenderle en su honor mancillado y esas cosas, pese a que él se empeñaba en defender que las codornices no estaban pasadas y pretendía demostrar, ocho meses más tarde, el estado de tales codornices, que el cliente, una vez arrestado, debió vomitar tras la somanta de palos que le propinaron unos sesenta y dos guardaespaldas y chóferes, los cuales, también al abrigo de sus respectivos jefes, merodeaban una fuente de jamón serrano y algunas tortillas de angulas.

Decía yo, pues, hace ya algunos renglones, que había ido a la calle Prim a celebrar un Juicio. El Juez era completamente sordo y, lo que es peor, nadie le hacía caso, pese a que abusaba de una campanilla que tenía sobre el estrado y que blandía como si fuera un megáfono. En la espera, entre juicio y juicio, los abogados nos arremolinábamos al fondo de la sala consultando los expedientes y recibíamos, sin mucha aprensión, los campanillazos de Su Señoría llamándonos al orden, no ya porque oyera nuestro pequeño escándalo, sino porque teníamos las piernas cruzadas o masticábamos chicle, incidente éste que provocó una situación compleja, pues en uno de estos felices campanillazos, una joven abogada a mi lado descruzó, obviamente, las piernas, ante el insistente requerimiento judicial, obligando a nuestro Juez a rogarle, sonrojado, que permaneciera con las piernas cruzadas.

El caso es que yo estaba absorto preparando mi inmediata Vista sobre la prostitución de las codornices y no recuerdo bien los términos de uno de esos juicios que se estaba celebrando, en el que, según indicaban todos mis compañeros, la abogada de la defensa estaba teniendo una actuación nefasta, de esas que mantenía Vittorio de Sica en una película de hace muchos años, cuyo título se me escapa, y en la que cuando el Fiscal pedía una condena de seis años para un desgraciado, de Sica se irritaba y conseguía, indignado, que le condenaran a doce, dando lugar a una flagrante violación de la "reformatio in peius" y a otras liberalidades que el cine se permite con estas cosas de los abogados y que consiguen que todo el mundo, incluso vosotros, se haga una opinión de los abogados tan heroica, que es mentira. Sin embargo, finalizado el juicio de la susodicha abogada el Juez pronunció el temible "visto para Sentencia" y cuando la abogada se acercó a darle la mano, costumbre que ya empieza a perderse, el Juez le dijo, ante su temible y horrorosa defensa:

―Muy bien, señorita, ya puede irse usted a su casa a ocuparse de las labores propias de su sexo ―en clara alusión a que su futuro en la abogacía era penoso.

Tal comentario, probablemente, le hubiera costado hoy a Su Señoría un expediente disciplinario, pero de eso hablaremos otro día, porque yo estaba refiriéndome a las labores propias de mi sexo al principio de este mensaje…

Y estando ahí, "laboreando", me he encontrado a Lúa dentro del gallinero. Pero lo que me ha desconcertado más es que no he conseguido saber por dónde ha entrado, porque salir, lo que es salir, no podía hacerlo.

Llevo ya varios días desconcertado. Se marchó Paco y se me han complicado el saber y las obligaciones. También ando cojo. El sábado se escaparon un par de conejos del "Paraíso". Entre persecuciones, vallas y al saltar desde la finca de al lado ―"Estelí"― en aplicación de los artículos 612 y 613 del Código Civil, caí mal en un lugar en el que en vez de haber tierra a mis pies había un tocón de madera de un antiguo árbol. Al principio no pasó nada, cosas de trabajar en caliente, pero por la noche tenía el tobillo como un salami; y todo por un conejo que, incluso hoy, tras haberlo atrapado el sábado, no sé dónde está pues la pareja del gallinero, en cumplimiento de las normas naturales, despreció la casita de madera que dispusimos y cavó bajo tal refugio una madriguera en la tierra en la que, seguramente de frío, murieron nueve crías el viernes por la noche.
Por eso y por la rabia, trasladé la pareja al cercado nuevo, al "Paraíso" y el macho anda todo el día persiguiendo al conejo negro que yo, a costa de mi tobillo, capturé el sábado.

Sebastián, que lleva un registro de todas estas cosas, no acierta a comprender que un macho persiga a otro más pequeño, sobre todo porque le consta que perseguidor y perseguido son padre e hijo, y cuando trato de decirle que no lo saben, me habla del Paraíso Terrenal, del árbol del bien y del mal y de la manzana, la dichosa manzana, en claro síntoma de que ya han empezado a socavarle en la catequesis. Esta mañana me ha empezado a preguntar algo sobre "...si Adán y Eva no hubieran comido..."; y yo, que conduciendo soy también como una planta carnívora, le he respondido abruptamente que todo eso eran sandeces, arriesgando seguramente una de esas sesiones religiosas en la que los niños dicen: "...pues mi padre dice que..."

Mi comentario o exabrupto ha debido ser eficaz pues, a continuación, Sebastián me ha dicho que su abuelo tenía un calendario de Atapuerca y me ha preguntado qué era eso de Atapuerca, lo cual he aprovechado para echar más tierra sobre Adán y Eva a costa de Leakey, Lucy y la convivencia de los cromagnones con algunos homínidos superiores, según llegaba, lloviendo a mares, al dichoso cruce de la carretera de Algete.

Tengo sensación de abandono, de un mayor abandono que se promete complejo cuando apunte la primavera, y estoy cansado de estar aquí solo. Hace unos días, al volver de La Cabrera de pagar mis impuestos (que es lo que según algún imbécil justifica el que mis derechos sean distintos de los de los emigrantes o de los "sin papeles"), encontré a Arturo el pato, que ahora se llama Emilia (?) según Sebastián, medio comido por las dos perras. Estaba vivo-viva y me conseguí un par de cadenas para sujetar a los "depredadores/as" que me han salido en esta casa. Pero todo funciona mal y triste, como el tobillo, aunque Nicolás ya ha vuelto, ha instalado su batería en el garaje y aquí hay "conciertos" los fines de semana.

Tengo también que hacer una lista de compatibilidades entre flores y hortalizas, aunque me arrastro desde comienzos de año con un grave problema personal que no logro camuflar ni sentado. Abro la conejera grande y me siento allí a repartir zanahorias, como Blancanieves. Luego, de madrugada, empiezo a situar estrellas que viajan hacia poniente, descuido más mi aspecto y procuro que no me golpee nada o nadie más.

En cuanto a las perras, pasean por mi noche descontrolada, mientras se desmorona la existencia o la hacienda de aquí al próximo año y medio. No encuentro catálogos de semillas, aunque no he pateado la calle Hortaleza y busco donde sembrar trigo sarraceno.