martes, 21 de noviembre de 2000

NINDIRÍ-30.-

MAR DE PIZARRA
(Original RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-30.-

Fecha:

Tue, 21 nov 2000 02:22:29 +0100

De:

RFT

PARA:

nindirí@lettera.net


El jueves conseguí pasar la tarde aquí ―mi tarde, tu tarde― y he visto pasear al sol por la ladera, sobre el Lanchar de la Condesa, que le hace de contrafuerte. Como las nubes traslucían algunas veces, la luz del Sol se hacía franjas y estallaba en arco iris, se veía llover y solear las crestas al mismo tiempo, y los verdes amarillentos que caen al norte reforzaban el gris plomizo de esas nubes que, en cabellera, traspasaban el monte. En mi visión desde esta mesa, las nubes me atraviesan y marchan hacia Madrid, hacia lo que queda de cada uno de los días que, cada vez más cortos, se esconden en mi horizonte.

Los pequeños conejos de la última camada se atreven con las hojas de repollo con las que les surto. Ando complicado con el pienso y la lectura de su composición me pone los pelos de punta pues, ya se sabe, perro no come perro. El problema es que no hay variedad y no puedo estar todo el día segando hierba para suplir tales carencias del frío. Sucede lo mismo con el pienso común de las gallinas, codornices y patos. Las gallinas, muy ponedoras últimamente, rechazan el polvo que el pienso molido les deja y no encuentro variedad exenta de polvo, a salvo que compre yo el grano directamente que resulta mucho más caro y menos ajustable. En cuanto a los patos, podrían comer tuercas si les dejo, con una voracidad feroz.
―¿Y para qué sirven los patos? ―me preguntaban el otro día. La verdad es que no lo sé, pero están ahí y, algún día, darán huevos, digo yo, pero como la distinción de hembras y machos resulta compleja (están todos con un aspecto amarillento deleznable), no me queda otro remedio que esperar.
Sacamos las patatas rojas del primer bancal adicionado al huerto y, la verdad, no son muy grandes, aunque no sé lo que he hecho mal. Y recogí rábanos grandes, sabrosos y generosos, pero se heló la última siembra de judías verdes. Aquí vamos a estar parados hasta marzo y luego no habrá forma de consumir los primeros brotes de ajo.

No voy a podar este año, salvo los pocos rosales, porque las ramas no son fuertes hasta ahora y dejarían de empujar los árboles y debéis acordaros de que en abril se helaron casi todas las primeras hojas y hubieron de retornar y brotar nuevamente con gran esfuerzo.

No puedo seguir ningún calendario, ni por aproximación, y me guío por una intuición extraña que poco caso hace de las circunstancias de cada cosa. En esa intuición, pasé el fin de semana más alegre de estos últimos meses, entre cocidos y labores, trasladé bastantes tiestos al garaje para cubrir ciertas zonas en primavera y «semillé» (sementé) unas peras, un acebo y algunas plantas espinosas. También intentaré que brote una nueva variedad de manzana más dulce y acorde a mis sentimientos.

Y en mi interior, rondan vientos de marcha, aunque en los dedos tengo el gusto de mandarinas y en el alma agitación y destemplanza. Serán los vientos que bajan o el sonido de mis botas en la tierra de la cañada, en el rocío tímido de los pastizales improvisados que el Ayuntamiento no segó y que amenazarían fuego si no fuera por el tiempo.

Pasé así de chimeneas a polvorones de aceite de oliva que en esta casa siempre abundan por causas menores y motivos de desayuno, y que no incorporan la grasa de cerdo que despierta el ajonjolí y la esencia de limón. Y "membrillé" todos los armarios, sin buscar la compota que me acercaría a la sencillez.

Son tiempos de castaña y dátil, pero no pude dar descanso a Humberto, ni me resistí al devenir de unas semanas extrañas.
¿Acogeré por fin mis sentimientos y dejaré que la ternura se me escape hasta en los regueros de estos mis dos ojos?
Hoy ya he vuelto abrazado y querido, pero de esto hablaremos más despacio.