sábado, 7 de julio de 2001

NINDIRÍ 58.-


GRANADA



Asunto:
NINDIRÍ-58
Fecha:
Sat, 07 Jul 2001 12:26:35 +0200
De:
RFT
Para:
Mientras doy tiempo a la olla para que coja presión, venteando unas fabes que asoman bien con este tiempo fresco, debo reconoceros que cada vez asumo más que el vivir es soñar, pensar cosas imposibles. Cuando dejamos de soñar cosas imposibles, morimos, sea cual sea la forma en que serpenteemos por la vida.
Hace una semana decidí agrupar en el «Infierno» a todos los conejos que estaban apartados en las parideras de arriba. Bajé una pareja (macho gris, hembra blanca) junto a cuatro crías ya destetadas e incorporé también a la vieja coneja gris y al conejo negro, al que Sebastián llamaba Cristina, tras la cuarentena habida por causa de la sarna. Nada más soltarlos, se inició el proceso de dominancia. El conejo gris, dominante en el «Infierno» atacó con saña a los dos machos nuevos, sobre todo al negro. Una coneja marrón, manchada de resina, atacó todo lo que pudo, incluso a las crías. Seguramente, si los hubiera soltado en el «Paraíso» la situación hubiera sido diferente, pero al haber allí más crías supuse que corrían más peligro con estos requiebros y ajetreos. Decidí entonces aislar al macho dominante en el pequeño recinto que cerramos en el «Paraíso» para mantener las crías más pequeñas, espacio que resultó inútil a este menester pues los pequeños se escapaban por los huecos de la malla. El “clamor popular" bramó enseguida pues se me indicaba que no podía oponerme al "curso de la naturaleza", al sadismo descubierto por Wallace y puesto de manifiesto por Charles Darwin.
Se ve que poco hemos leído a Lorenz y que, ante las agresiones, habiendo sitio, yo prefiero incidir, siquiera superficialmente, en la selección natural, antes de recoger cadáveres, porque los seres humanos, ante la información, ante las teorías, solemos practicar un cierto absentismo, una dejación, un proceder hasta cierto punto infame. Véase, a modo de ejemplo, el artículo de Eigen (Nobel en 1967) sobre los priones y la EEB en el último número de «Investigación y Ciencia» que de tener la publicidad que los periodistas otorgan en sus medios a la enfermedad o al aceite de orujo, ya habría provocado el sacrificio de todas las vacas y ovejas del mundo. Y es que descubierta y debidamente presentada la teoría, cuando no se acompaña de la estúpida legislación pertinente (los fabricantes de aceite de orujo dicen que cumplen las normas, como si los Pirineos supieran que son frontera de algo o como si una norma sirviera para evitar el envenenamiento), nos lo creemos todo. Al cabo de los años, algún medio nos cuenta que los haces de microondas no son tan sanos o los teléfonos móviles y es cuando decidimos tratar las úlceras con amoxicilina. Y ya que estamos de paso por el artículo bovino, daos un paseo por otro para saber en qué lugar queda hoy el test de Rorschach, que ni es fiable, ni dice al final nada, cuando llevamos años diagnosticando a todo tren bajo su influencia. Así, dotamos de trascendencia a lo que no la tiene, a lo que no resiste el paso del tiempo, como llevamos siglos experimentando cruelmente con los esquizofrénicos y podemos encontrarnos con que todo es un virus. Y todo procede del uso de la información. Los políticos trasladan la información con cuentagotas. La información es dinero y poder, los medios viven de ese poder que comparten, arrastrando consigo al poder de la publicidad. El yogur no es yogur, ni el Bio es Bio.
Así nos va.
Pasados tres o cuatro días, ante la pena y tal "clamor popular" -que es algo que Darwin no consideró en el tratamiento del medio-, reintegré al conejo gris aislado, el dominante, al «Infierno» y subí con la conciencia lacerada a ver los resultados de respetar el "clamor popular". Al sentarme ante vosotros aquí arriba ya escuché los primeros gritos, y aunque bajé a inspeccionar, nada pude ver por la falta de iluminación. Los infiernos siempre están mal iluminados, como los taxistas no paran de hablar aunque estén solos, según dice Umbral que presume de conocerlos bien.
Al amanecer, bajé aguisado, rodeado de sueños, entre legañas y botas sin calcetín:

1.-) La coneja marrón estaba muerta en la casita improvisada que habíamos instalado. Siempre me recibía con bufidos al visitar a sus crías.
2.-) El conejo negro (Cristina) se arrastraba con una herida mortal en el espinazo; vivió hasta hoy por mi recelo que conocéis ante la eutanasia.
3.-) El conejo gris, pareja de la blanca, amaneció también muerto hoy en el cubo negro de la esquina del canalón de agua.
Y así podría haber seguido el recuento gracias a la "selección natural" que, de haber yo mantenido al agresor aislado, no tendría tal aspecto.

Hay quien se sorprende de que desmonte las mallas de la pista de tenis y construya recintos, conejeras. Pero no podemos hacernos la ilusión de lo que llamamos "curso de la naturaleza".
¿Qué naturaleza tiene intentar sacar aceite de los despojos de la aceituna, los mismos orujos que se usan para el pienso de los conejos, pese a que se estile en la elite de la restauración que ese aceite es bueno para las vinagretas y salsas, al no poseer el fuerte y ácido aroma y sabor del auténtico?
¿Y qué sentido tiene creer que en un enmallado de treinta metros cuadrados debemos apaciguar la conciencia viendo cómo se cumple lo que Darwin teoriza y quedándonos inertes o inermes -que cada palabra es una cosa- ante la violencia?
¿Por qué ha de ser verdad la teoría y por qué esa manía en explicar a posteriori los acontecimientos históricos?

¿Y por qué hemos de creernos el funcionamiento de la estructura proteínica definida por Prusiner, cuando no sabemos detectar sus priones en ese cacho de ternera que compramos el jueves?
¿Entiende la ternera de años o de meses?
Amemos lo imposible, soñemos con ello.