sábado, 9 de junio de 2001

NINDIRÍ-56.-



Asunto:
NINDIRI-56
Fecha:
Sat, 09 Jun 2001 02:58:09 +0200
De:
RFT
Para:

Como hube de viajar al Norte debo deciros que el mar, a la altura de la desembocadura de la ría de Tina Mayor, se disfrazó de color turquesa. La araucaria de Buelna ―verde intenso de agua profunda― jugaba cubierta de hiedra fresca. Los patatales previos a Cervatos estaban yermos o con las plantas muy pequeñas. Y el sonido del Saja susurraba entre los tojos y el espino blanco que alumbran a mi hijo pequeño.
Se me murió mi tío César, el del «sí».

Se mudó, se fue a otro sitio.
Con él hablaremos ahora de otra forma, como me dijo Héctor en el bar del aeropuerto de Ranón, vía Madrid, vía Jerez-El Puerto, vía a mi padre también muerto:
―Ahora ―dijo Héctor ―hablarás con él de otra forma...
Y no encuentro la forma; será que no la trabajo bien, pero no la encuentro.
Hablaré, pues, con tío César de otra forma y me dirá cómo hablar con mi padre, desde el silencio. Caminando despacio, desde Purón, me adentraré por el valle de Viango y algún castaño me dirá algo.
Caminaré con tío César, pues le tengo como más sencillo de pasear a mi lado y me indicará los símbolos, la senda, la forma de reencontrar a mi padre. Y me servirá, seguro; tío César nunca me haría eso, nunca fallaría a nadie, no me dejaría a medio camino; me contaría algún chiste, algún recuerdo humilde y me sonreiría.
Dicen que Coté y mi tía Josefina ya le vieron el otro día por Mañanga, a buen paso, sin el «Ferrari», con el periódico bajo el brazo y la tez morena, con la sonrisa, la sonrisa que a los niños se ofrecía en otra forma, cuando les enseñaba con sus manos, en sus manos, cómo se partía un dedo en dos.
Me volví pronto para evitar que la sal me retuviera, aunque visité el «Valle Oscuru», pisé su hierba (yerba-djerba) y olí los castaños, pero no es «Oscuru», sino abierto y tenue, como Manolita, la de encima de la bolera, en el barrio de «La Mata».
A mi regreso ―el regreso es tan triste como la ida y el limonero es más alegre que la higuera― atravesé Nindirí con sus cosas y me bajé al cumpleaños anticipado de Sebastián. Un pequeño obstinado se me agarró a las piernas, se me abrazó al cuello, provocándome un hálito de paternidad. No sé si lo habréis observado con la ternura necesaria, pero la pequeñez siempre es obstinada y la obstinación, como la perseverancia, conducen al sosiego, a dar por cumplido, por cerrado, por descansado, todo un ciclo, toda una vida.
Hace algunos años, bastantes ―algunos ya me lo habréis oído contar, susurrar, porque las palabras han de adobarse, como «escalofrío», que los ingleses dicen «chill», como el milano de Kipling, aunque «escalofrío» es más penetrante y a la vez, más eléctrico―; decía..., hace muchos años, bastantes, un empleado de las Bodegas Domecq fue despedido. Acudió ―el hombre― a la Magistratura de Trabajo, que entonces no era lo que es hoy (y algunos ya me entienden), pero no estimaron su pretensión, probablemente, porque trabajar en una bodega y gozar de dipsomanía crónica no resulta muy compatible, al menos para la bodega (si no para el hígado). El hombre, nuestro hombre, instaló una tienda de campaña frente a la bodega (como lo de Sintel, pero en individual) y allí pasaba los días, sin pancarta, pues, en esos años de Dios, poner tal adminículo implicaba pasar por comisaría en forma rauda. Al no conseguir su objetivo, el hombre se desesperaba día y noche en su tienda.
Una buena mañana (que las hay), Monseñor Cirarda, Obispo de Jerez y del entorno, agarró el teléfono ―que habría de ser una de esas cosas negras que había antes, como antes había café― y llamó muy preocupado al Presidente de la bodega, entre angustias, zozobras y tensiones. Al parecer, el hombre, nuestro hombre, el despedido, amenazaba con hacerse protestante y tal cuestión no cabía en aquella diócesis.
Entonces lo readmitieron.
Obstinación, perseverancia: eso es ser pequeño.
Quizá esa sea la forma, la forma de hablar. 
Tío César siempre fue pequeño, como muy grande, un gran hombre, pero pequeño; aunque no era obstinado, sí era perseverante, como un niño. Como ese niño que acompaña al padre del padre de Sebastián.
Olvidé contaros que hay amapolas en los bordes del camino.