domingo, 13 de mayo de 2001

NINDIRÍ-55.-



BANCO
(Original de RFT)


Asunto:
NINDIRÍ-55
Fecha:
Sun, 13 May 2001 22:31:35 +0200
De:
RFT
Para:

Bajé a El Molar.
Bajé, por no subir, a buscar verduras y fruta; también a por el pedal de la bici de Sebito, pero la tienda estaba cerrada.
Una boda ocupaba medio pueblo.
También murió la mujer de Antonio, el camionero, y la enterraban ―al parecer― esta tarde a las cuatro, según oí mientras esperaba turno, vez, momento, para comprar la fruta.
Me agobian los puestos donde me insisten largo rato para saber qué quiero, como me agobia empezar a contar las monedas que llevo en el bolsillo.
Unas veces uno sube y otras prefiere bajar, dejarse ir, callejear sin saber, comprar pastel de manzana. Yo iba a tomar un café; hoy no hice café y me apetecía; café y un vaso de agua para apurar la sequedad que da el tabaco no desayunado.
Me enteré de lo de la mujer, la mujer de Antonio, el camionero, como me enteré de otra conversación curiosa: que si era; que si no era; que si yo me entero de quién ha sido; que si yo lo veo. Faltaban claveles y rosas de un balcón; alguien los había cortado para ofrecerlos a otro alguien. No como les pasa a mis rosas, que se abren cada vez más, estallan sin que nadie las recoja, sin que nadie las arranque furtivamente, sin poder ponerlas en alguna mano, sin poder ofrecerlas.
Y el libro, el libro se llamaba "Mujeres sin pareja" de George Gissing, soledad de mujeres, desnudez y amor no ofrecido de mujeres, como mis rosas, amor sin manos, sin miradas.
Hay el placer de comprar los libros, tocarlos, casi acariciarlos, rechazarlos o aceptarlos. Hay el placer de leer libros, compartirlos, seducirlos, esconderlos en los sueños, soñarlos, cada vez en una mayor incomunicación, con el silencio que dan en un monólogo, como el olor que desprenden.
Dice Lourdes: "Cada día nos cuesta más, por lo menos a mí, conectar con la gente que tienes a tu lado y a la que no conoces de nada, en el metro, en el cine, en El Retiro. Nos ubicamos en compartimentos estancos en los que no queremos que entre nadie y nos comunicamos solo con los que nos conocen y a los que no tenemos miedo."
Es el precio de la libertad, el que ofrecen las ciudades, cuanto más masificadas, más destructivas y solitarias. Hablamos de miedo.

El precio de mi libertad es la ausencia de miedos, los apuros, la carencia de horario, la soledad que no dan las ciudades, el vacío casi estrellado que ofrece el rocío de mañana; que no te aprieten, que no te encuentren, que no te besen mientras ardes, que no acaricien tu espalda, que no te amen.
Después, después de mi deambular por fruterías y tahonas, subí, regué, planté más cebollas, pepinos, acelgas, hinojo, calabacines, habas, judías, en el lugar que no brotaron las tempranas, y reservé mis tomateras para una semana más propicia.
He visto a Picasso, las series, las incansables series de Manet, de Delacroix, de Poussin. Me acompañó la mirada, una mirada suave y dulce, distante de mí, la mirada que yo miraba de reojo, entre cuadro y cuadro. Luego se fue, la mirada se fue y quedó atada a mí en un único recuerdo, mirada que pierdo cada día. La mirada del nacimiento de Venus, la mirada de miel de Sandro Boticelli, acunada en mi espalda.
Tan sólo tengo derecho a la mirada que paseó conmigo, de sala en sala, de alma en alma, mirada profunda, azul, mirada de mar.