lunes, 26 de febrero de 2001

NINDIRÍ-45.-




W. A. Bouguereau (1825-1905)
"The Difficult Lesson" (1884)


Asunto: NINDIRÍ-45
Fecha: Mon, 26 Feb 2001 23:49:51 +0100
De: RFT


Hoy también, en la luna de nieve, me empujo contra los radiadores y me dispongo a aceptar lo que me traiga…
Pero ayer me caí, porque ya soy viejo.
Me caí de bruces y me caí del guindo; varias veces. En lo primero, tengo una rodilla machacada y una de esas heridas felices donde la palma de la mano termina la raya de la muerte, la raya de la vida. El caso es que no me sirvió de mucho. Sebastián me miró desde el Paraíso y no se movió, porque los padres somos tan inaccesibles que no podemos vencernos. Ni siquiera podemos ser padres de quienes no somos padres.
El paseo que dimos después con las perras fue violento. Nala se negaba a caminar, yo reñía y Sebito me miraba asustado e hizo amagos de llorar. Por eso me volví a caer y llevo cayéndome años.
Por la noche, caí más veces. Caí en la cuenta, por ejemplo, de que hoy podía morirme en el transcurso de una reunión, cuando algo no iba bien, en eso que llaman ritmo o "tema"; o de que aquello que anhelo se ha caído en un vacío espantoso, estrafalario, como la Plaza de Xemáa-el fna que visita Esther Freud porque no encuentra a Luigi Mancini, recorriendo paisajes, pese a la gallina, esa gallina negra.[1]

¡¡¡YA NADIE LEE NADA, NI UNA MALDITA LINEA!!!
Los adultos no podemos permitirnos caer, ni siquiera llorar, porque encontramos las causas de todo. Y, si no es así, ya la encontrará otro que nos dirá enseguida qué es lo que tenemos que hacer o la pastilla que hemos de tomar.
El resultado de todo, incluyendo el desamor o el abandono, es que la leña no arde bien en una terquedad alodial. Pero, ¿por qué tendría que hacerlo como ardemos nosotros mismos cuando no tenemos a dónde mirar?

Hay que creer en algo ―decía el otro día alguien en una película―, si no en Dios, en la literatura o en un par de tetas. ¡¡¡Qué más da!!!!
Yo no sé ni en qué creo, pero se me secan las pastillas de la cajita de Windsor-Newton, de no usarlas, o del caer de las lágrimas, que siendo saladas y redondas, como algunas almendras, afectan a los pigmentos que ya sabéis: siena natural, tierra sombra tostada, alizarín, amarillo limón, gris de Payne, azul ultramar...
Tengo la cabeza embotada en la muerte de Ignacio y cada día soy más ácido con lo que observo:
¿Viaja la Reina con un peluquero cuando visita esas viviendas ínfimas o míseras de Posoltega que nuestra cooperación construye? ¿O quizá peina sus ojos cuando asiste a la escuela taller de Chinandega?
Tengo una mujer en el recuerdo que le gusta que la «chineen», que ya ha vuelto, aunque no sabe dónde ha vuelto, y que ha de saber de estas cosas de peluquería. Es mujer de fondos marinos y de redaños, que cuida de haceros sombra en las corvas por caminos polvorientos, para socorrer las quemaduras del sol.
Y también tengo un peral despuntado en pequeñas flores que se helarán brutalmente una de estas noches.
Pero,
sobre todo,

tengo muchas caídas.



[1] Esther Freud, "Una infancia en Marraquech", Ed. Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores 1998-Primera Edición