martes, 28 de noviembre de 2000

NINDIRÍ-32.-

«PLAYA PEQUEÑA»

X400

Asunto:

NINDIRÍ-32

Fecha:

Tue, 28 nov 2000 01:32:27 +0100

De:

RFT

PARA:



Un periodista del diario "El Mundo" ha publicado el 27 de noviembre que a 37 grados 35 minutos de longitud este y 69 grados 40 minutos de latitud norte, a 180 metros de profundidad, está hundido el submarino ruso "K141-Kursk", en el mar de Barents.

Imagino yo que si vamos hasta allí, aunque sea sin bajar, habrá alguien esperando ¿no os parece? Tiene que haber alguien en el sitio, de ahí que la orientación, por poco que falle, nos viene servida por presencia, que es lo mismo.

Conozco al periodista, aunque se ha quitado un "del" con el que introducía su apellido. Le conozco porque solía pedirme la llave de mi casa para acostarse con una señora casada. Lo hacía por las tardes, como de 4 a 6, y yo debía deambular sin remedio en esos días del encuentro, por esa existencia en la que a uno le apetece estar en casa pero no puede porque está "ocupada".

El tránsito duró varios meses, pero no recuerdo si me cansé yo, si se cansó él o si la que realmente se aburrió fue ella. La situación me parecía chocante, pero como ya conocí a una chica (Rachel) que solía venir a bañarse a mi casa en Queensway (sólo a bañarse), me acostumbré a estas veleidades.

Quizá debería proporcionar las coordenadas de esta casa mía, por si viene alguien, pero aunque algo tuve que orientar el telescopio el pasado mes de julio, me parece a mí que no resulta tan necesario llegar al extremo de indicar tales cosas. Y no es que yo me queje de que no vengáis a verme (casi ya no tengo hijos, como no tengo esposa, ni casa, ni vida), sino que me parece un poco extremo que nos indiquen las coordenadas para la macabra localización de un submarino hundido.

Siempre me han preocupado los muertos marítimos y creo haber leído hace poco que Platón consideraba la existencia de tres clases de hombres: los muertos, los vivos y los que van por el mar.

Años más tarde, más tarde de aquellos encuentros sexuales del "aprés midi", me encontré al periodista en Asturias, desembarcando en el pasillo de un avión. Mi condición era precaria porque llevaba en la mano la urna con las cenizas de mi padre. Cuando pasé el control de equipajes de Barajas tuve que meter la urna en el aparato de rayos y un guardia (siempre hay algún guardia). me preguntó que qué era aquello. A punto estuve de decirle que era peyote o algo peor, pero me callé. Por eso, al encontrarme a CT (así se llama el periodista) en el pasillo del avión, con el cogote torcido porque es difícil estar de pie al levantarse del asiento en esas cabinas, no tuve otro remedio que informarle de la presencia de mi padre, cuando menos en aquella forma, pero no le di sus coordenadas porque al cementerio de Ceares sabe ir casi todo el mundo.

Una de las últimas cosas que Paco ideó en esta casa fue levantar unas piedras enormes en el jardín y rodearlas de plantas, construcción entre menhir de Obélix y lápida de tránsitos. Por eso hoy, al conocer esas coordenadas de ataúd submarino, me he acordado del reposo desnudo y yermo que hay en el jardín, o sea (como dice Umbral), sin mi padre.

Como si fuera la misma cosa, me he preguntado por qué no dejamos caer las cáscaras de nuez en los jardines o el porqué de ese barrido de hojas otoñales que nos imponen comunitariamente, pues dicen que las hojas muertas son feas y ensucian. Si yo paseo con mis nueces en el bolsillo, ¿no debo tener el placer de lanzar las cáscaras al suelo para que sirvan de barcos de mi soledad o de casitas de niños que investigan las hormigas; o aunque sirvan tan sólo para lucir (y oír) un "crack" de vez en cuando que nos señale el alma de lo pequeño?

Desvaído, decidme, ¿recogéis acaso las cáscaras de vuestros versos y las abandonáis como castañas en los forros de chaquetas como el que aprieta el corazón a cada instante? Y si acaso os puede el recuerdo, ¿dejáis por ello de acunarlo, de mecerlo, para disolverlo en el nido de la confusión diaria?

Me ha pedido Sebastián que le redacte la carta de Papá Noel o la de los Reyes Magos, porque me temo que es igual. Me recuerda seriamente en llamada telefónica que el año pasado ya hice algo respecto de una dirección comercial. La verdad es que se empeñó en que enviara la carta a San Sebastián de los Reyes, porque ahí deben vivir los Reyes dijo él y no en el Polo Norte o en el Palacio de su Majestades los Reyes Magos de Oriente, o esas cosas que resultan en extremo complicadas.

El servicio de Correos, bastante más terco que el propio Sebastián que me empujó a echar la carta hasta el buzón en Alcobendas (y desde luego muy estúpido), me devolvió la carta indicando "señas erróneas", pero como ya tuve que pelear con todos los jefes, subjefes, directores de departamento y encargados de cartería para lograr que mi correspondencia llegara a esta casa, (esfuerzo inútil pues la estupidez de Correos aumentó con el tiempo) sin indicar coordenadas, consideré estéril intentar pelear tal devolución. Así que me guardé la carta en algún sitio que, desgraciadamente, olvidé (como guardo los recuerdos de quienes dejan de quererme) y este año intentaré direcciones más prosaicas, es decir, vulgares.

Cuenta Augusto Monterroso, en un librito precioso de fábulas y cuentos, que una vez había una oveja negra y la fusilaron, pero que un siglo después el rebaño, arrepentido, le levantó una estatua ecuestre. De esta forma, cada vez que aparecía una oveja negra, la fusilaban para que las jóvenes generaciones pudieran ejercitarse en el arte de la escultura.

Va rebosando el tiempo de mazapanes, de higos secos, pero yo, por los pequeños huecos (¿puertas?) en que el sol se filtra al atardecer, me imagino cuidado, estrechado y pequeño, como si de esa luz que escapa al control de las nubes, viniera alguna vez quien me cogiera de la mano.

P.S.:

Hola Nicolás.

Adiós Nicolás.