viernes, 20 de octubre de 2000

NINDIRÍ 23.-

CASCAIS
VISTA DEL CASINO
(FOTO ORIGINAL DE RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-23

Fecha:

Fri, 20 Oct 2000 00:13:26 +0200

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net


Seguro que ya os han dicho que, aparte de la bahía de San Vicente o del entrante que realiza la ría de Tina Mayor, la primera vez que puede verse el mar adentrándose en Asturias desde Cantabria es en Pesués, porque desde la carretera, entre carros y esa iglesia extraña, «amejicanada», se vislumbra ese gris pardoso que da el tono 71 de los lápices acuarelables de Derwent. Pero sin cerrar los ojos a ello, yo prefiero la visión que da más adelante el pueblo de Buelna, ahorcajado, a carramanchones, sobre Pendueles, que estalla en esa casa amarilla. A la izquierda huele a eucalipto de «joguera». A la derecha, con las primeras casas y la sencilla estación de tren, una araucaria espléndida y el mar reventando sobre un verde que deja ver la costa hasta más allá de Celorio. Eso es Buelna y sus palmeras desde la carretera que más adelante empuja hacia el «Valle Oscuru» o hasta la playa empedrada de Pendueles: ¡mi playa amada de Pendueles...!

Ayer bajé a Posada y me dijeron que tuviera cuidado. Brotaban las rocas de la hierba (lo llaman «cuetus») y las cruces de piedra, pero había de cuidarme de morir porque, según parece, al cura de Posada lo mataron a hachazos:

―¿Cuándo? ―pregunté iluso.

―En la guerra ―dijo una voz al viento.

―¿En qué guerra? ―pregunté tozudo.

―Ramonín, no seas «bobu» y non des más guerra diciendo estupideces ―respondió el eco.

Paré al entrar en el pueblo, donde Lobo. Pillé a la mujer con bata blanca de almidones y, con cara imbécil, le pedí patatas de siembra. La mujer me miró de arriba a abajo, como si viniera de Tielve, y me dijo:

―¿Patatas de siembra...? ¿en qué mes estamos..? ¿en octubre...? ―y añadió con resignación ―pero «fíu», esu non lo hay hasta diciembre o enero.

Y con la misma cara de imbécil me volví por donde había venido. Tan distraído iba, que me pasé Llanes y Cué y acabé en Ballota. En Cué, en una de sus curvas, casi me embiste otro imbécil que debía ir a Posada a por patatas de siembra y que, como yo, iba absorto en sus cosas, en sus casas.

En Ballota perfilé el acantilado, que no el Castro que ya me lo tengo sabido y me acordé de que no había vuelto a llamar a Margarita, que arregla matrimonios por un lado o por otro. Vi el letrero de «perro MUY peligroso» en donde nunca ha habido un perro y la contracción de las gredas que aman los geólogos, quieran o no quieran serlo.

Las parras ya están rojas en casa, pero la hierba no cambia y las hojas se otoñan mal por aquí, pues no llueve.
Hice los mismos cigarros de todos estos recorridos, uno en San Vicente, otro en Renedo de Cabuérniga, otro en Reinosa y el último, bajando el puerto de Somosierra; y anduve entre las cosas de familia con el mismo sigilo que provocaba mi padre con las hojas secas abandonadas al albur de mil libros.

No hay otra forma de querer que la de ser querido, ni otra forma de olvidar que la que se aloja en el perdón de las cosas, pero todo debe ser envuelto en el soñar la pena de los lugares del pasado. Querer la pena, desear esa pena, vivirla, enseña a atravesar la soledad, a entrever el agua, el agua del mar que nos nace en los dos ojos.

Hay que poner cilantro, si se quiere, en los pequeños amaneceres, pero antes hay que aprender del murmullo de las hojas.