martes, 24 de octubre de 2000

NINDIRÍ 24.-

«NUBES NARANJA»
(FOTO ORIGINAL DE RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-24

Fecha:

Tue, 24 Oct 2000 01:58:20 +0200

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net


Hoy es un día triste.

Es verdad que ha hecho un buen sol y que las nubes han bailado al anochecer, incluso en colores de Thomas Cole, que no son del gusto de todos, pero es un día triste. He tenido que plantearle a Paco la posibilidad de dejar su trabajo y ello me ha causado aún más preocupación de la que siento por él mismo.

Cuando llegamos aquí, Paco lo supervisó todo con su perenne silencio, porque Paco, habéis de saberlo, no es hombre muy hablador, de ahí su sensatez y su presencia en cada cosa. Luego, poco a poco, acogiendo mi defectuoso criterio y su sabia naturaleza y espontaneidad, fue modelando esta casa desde tal silencio. A veces bastaba un gesto para que Paco supiera si algo quedaba por hacer, porque adivinaba incluso la más mínima necesidad. Al mismo tiempo, sabía controlar el trabajo de Tomás o el de Gregorio, sin que ellos lo notaran en lo más mínimo, y me contaba las cosas con total complicidad para tenerme informado, como si yo fuera verdaderamente «el jefe».

Fui yo quien empecé a preocuparme por los pájaros y las plantas, pero era él quien reparó todas las casitas de cría y las desinfectó poco a poco, colocándolas estratégicamente y consiguiendo en poco tiempo algún anidamiento. Era yo también el que presumía de mis tratados de jardinería o de mis lecturas sobre huertos ecológicos, pero era él quien dormía con los libros y los mimaba. Cuando yo ya había conseguido trazar una distribución de los bancales, Paco ya se había hecho cargo de la contratación del compost y había determinado el alquiler de la mula para su asentamiento. Luego, cuando yo pensaba la distribución de los cultivos en la forma más asequible para la protección mutua de las hortalizas frente a las pequeñas plagas, él ya tenía los rábanos brotando en pequeños semilleros.

Así, por el principio de que la tierra es de quien la trabaja, recibía yo pequeñas partes de la cosecha a cambio de mi pequeña contribución intelectual y mi más que escasa participación manual. En cambio Paco se empeñaba en sanear las arizónicas en solitario, hasta que hube de obligarle a contratar a un par de amigos varios días para eliminar el ramaje y los troncos que no eran útiles a la provisión de leña.
Tendió caminos y cables por doquier, construyó todos los pequeños refugios de los animales, desbrozó el seto, el huerto de hierbas y las zonas de maleza del entorno, respetando las liliáceas y las pequeñas zarzas, que dan un aspecto salvaje y simpático a algunos trozos del jardín. Cuando el pozo se agotó a principios de julio, regó todas las zonas con tal cuidado que parecía que se le iba la sangre en cada gota de agua. Y cuando el otoño empezó a solventarnos el problema del agua, el consumo había sido mínimo y prácticamente todo seguía en pie, a salvo dos pequeños plantones de almendro y cerezo que no resistieron el verano y que hasta mediados de agosto nos confundieron con sus yemas sedosas, sin brotar, en una apariencia que nos impedía creer que hubieran muerto.

Ni un solo día ha dejado de subir trayendo algo de arroz, restos de cocido, pan, lechugas o cualquier cosa útil a los animales, y cuando llegué aquí en esa mañana del 17 de julio, envuelto en noche y acariciado de recuerdos, andaba sonriendo tras sus pequeñas vacaciones en Benidorm.

Pero además se convirtió en un trapero amable, recorriendo los vertederos y los contenedores ajenos en busca de madera desechada, materiales diversos que daban al cobertizo el aspecto de un campamento de gitanos, hasta que, poco a poco, tales enseres se iban transformando en pequeñas casas, abrigos, cajas de semillas, separadores, mesas, zonas de almacenamiento, corrales...

Hace unos días le vi acarreando piedras enormes que ha ido colocando rodeadas de romero y salvia en pequeñas parcelas que ha ido abriendo y rellenando de tagetes multicolores. No tiene mucha fe en sí mismo y desde un cierto abatimiento o realismo natural siempre ha sentido que no le brota nada de lo que «semilla», cuando lo cierto es que yo, en mis ridículos conocimientos, he empujado muy pocas cosas.
El otro día, mientras yo salía a mis combativos quehaceres
que ya sabéis que me pueden el alma, mientras abría la verja exterior que nos separa del mundo, a mi pesar, me susurró sonriendo y dijo:
¡Cotoneaster!
¿Cotoneaster?le dije.

¡¡CO-TO-NE-AS-TER!!repitió.
Aún no los he traído, pero los dos sabemos lo que quiere hacer; al igual que abrió la ventana en su taller y así ha quedado dando luz en donde no la había.

Esto es una nueva tragedia que señala por donde no tienen que ir las cosas, pero ya no encuentro salida y tampoco puedo hacerle daño. Y es para mí, además, un clavo más en la zona de la soledad, porque nunca me he sentido tan acompañado en un silencio, ni en un pisar sobre las hojas.

Mañana será otro día, otro día de amaneceres y manzanas, y tengo que encontrar vía a alguno de estos desastres.

En el amor, aunque yo lo haya perdido casi todo, me queda perseverar, que es algo que dijo entre sonrisas el cura que casó a Rocío el domingo. El que casó a Auri el sábado dijo una serie de tonterías, porque Auri ("Fairy" la llamaba Javier) se casó el sábado.

Pero el domingo me hablaron de la perseverancia, que es necesaria en mi amor, perseverancia desde el silencio y la distancia, que es vacío, pero es lo único que hace brotar lo irrecuperable.

Parece que ahí residiría la esperanza o el anhelo al que soy tan contrario, tan poco dispuesto, pues, perseverar en el silencio y desde la distancia me trae el recuerdo de la pena, a mí que soy tan proclive a buscar soluciones, a intentar nuevas expresiones del sentimiento.

Mientras tanto, el ser amado, la mujer amada,
¿qué piensa? ¿cómo camina? ¿dónde esconde la sonrisa...?
Tose Sebastián.

Yo voy a intentar perseverar en mi sentimiento, desde ese silencio fecundo-vacío, triste-alegre, aunque sin olvidar a Paco, y quizá pueda ser querido y perdonado sin buscarlo, pese a la melancolía y al ahogo. Quizá también pueda dar otra solución a mi presencia en Paco, a mi permanencia en Paco, que debería conducir a su presencia y permanencia en esta vuestra casa.

Son días complejos, días de espera por briznas de cariño perdido, pero son días de color naranja.
Voy a perseverar en vuestra compañía y en una cierta ternura que prodiga la sencillez.


"Just silver moon's sparkling"

IMAGEN LÍQUIDA
(FOTO ORIGINAL DE RFT)
(DE DONDE EL MAR DE MI PADRE)

viernes, 20 de octubre de 2000

NINDIRÍ 23.-

CASCAIS
VISTA DEL CASINO
(FOTO ORIGINAL DE RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-23

Fecha:

Fri, 20 Oct 2000 00:13:26 +0200

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net


Seguro que ya os han dicho que, aparte de la bahía de San Vicente o del entrante que realiza la ría de Tina Mayor, la primera vez que puede verse el mar adentrándose en Asturias desde Cantabria es en Pesués, porque desde la carretera, entre carros y esa iglesia extraña, «amejicanada», se vislumbra ese gris pardoso que da el tono 71 de los lápices acuarelables de Derwent. Pero sin cerrar los ojos a ello, yo prefiero la visión que da más adelante el pueblo de Buelna, ahorcajado, a carramanchones, sobre Pendueles, que estalla en esa casa amarilla. A la izquierda huele a eucalipto de «joguera». A la derecha, con las primeras casas y la sencilla estación de tren, una araucaria espléndida y el mar reventando sobre un verde que deja ver la costa hasta más allá de Celorio. Eso es Buelna y sus palmeras desde la carretera que más adelante empuja hacia el «Valle Oscuru» o hasta la playa empedrada de Pendueles: ¡mi playa amada de Pendueles...!

Ayer bajé a Posada y me dijeron que tuviera cuidado. Brotaban las rocas de la hierba (lo llaman «cuetus») y las cruces de piedra, pero había de cuidarme de morir porque, según parece, al cura de Posada lo mataron a hachazos:

―¿Cuándo? ―pregunté iluso.

―En la guerra ―dijo una voz al viento.

―¿En qué guerra? ―pregunté tozudo.

―Ramonín, no seas «bobu» y non des más guerra diciendo estupideces ―respondió el eco.

Paré al entrar en el pueblo, donde Lobo. Pillé a la mujer con bata blanca de almidones y, con cara imbécil, le pedí patatas de siembra. La mujer me miró de arriba a abajo, como si viniera de Tielve, y me dijo:

―¿Patatas de siembra...? ¿en qué mes estamos..? ¿en octubre...? ―y añadió con resignación ―pero «fíu», esu non lo hay hasta diciembre o enero.

Y con la misma cara de imbécil me volví por donde había venido. Tan distraído iba, que me pasé Llanes y Cué y acabé en Ballota. En Cué, en una de sus curvas, casi me embiste otro imbécil que debía ir a Posada a por patatas de siembra y que, como yo, iba absorto en sus cosas, en sus casas.

En Ballota perfilé el acantilado, que no el Castro que ya me lo tengo sabido y me acordé de que no había vuelto a llamar a Margarita, que arregla matrimonios por un lado o por otro. Vi el letrero de «perro MUY peligroso» en donde nunca ha habido un perro y la contracción de las gredas que aman los geólogos, quieran o no quieran serlo.

Las parras ya están rojas en casa, pero la hierba no cambia y las hojas se otoñan mal por aquí, pues no llueve.
Hice los mismos cigarros de todos estos recorridos, uno en San Vicente, otro en Renedo de Cabuérniga, otro en Reinosa y el último, bajando el puerto de Somosierra; y anduve entre las cosas de familia con el mismo sigilo que provocaba mi padre con las hojas secas abandonadas al albur de mil libros.

No hay otra forma de querer que la de ser querido, ni otra forma de olvidar que la que se aloja en el perdón de las cosas, pero todo debe ser envuelto en el soñar la pena de los lugares del pasado. Querer la pena, desear esa pena, vivirla, enseña a atravesar la soledad, a entrever el agua, el agua del mar que nos nace en los dos ojos.

Hay que poner cilantro, si se quiere, en los pequeños amaneceres, pero antes hay que aprender del murmullo de las hojas.



viernes, 13 de octubre de 2000

NINDIRÍ-22.-

CAMPOS QUE CAEN
(Acuarela de RFT)


X400

Asunto:

NINDIRÍ-22.-

Fecha:

Fri, 13 oct 2000 09:09:47 +0200

De:

RFT

PARA:

nindiri@lettera.net


Hoy ha enfriado más la noche, casi escarcha, y dicen que ha nevado arriba. Hace una hora me he quedado helado con los codos apoyados en el alfeizar de la ventana y los prismáticos a mano. Un mirlo está trasladando todo su material invernal a la zona baja de las hojas canela que le quedan a la parra virgen del cobertizo. La perra, que lo ha visto, se ha puesto inquieta con tanto trajín y temo que ataque lo que el mirlo lleva tiempo trabajando.

La llegada de Paco a las 8:00 suspenderá estas labores, pues el cobertizo se convierte en un lugar cálido y agitado a partir de esa hora. Paco quiere a los animales y les trae cosas todos los días, pan para mojar, restos que quedan en algún mercado de sandías o melones, algo de lechuga que puede pillar aquí, con las zanahorias de la nevera, algún garbanzo que ha sobrado...

Ayer no conseguí dar la pastilla a los gatos para desparasitarles. Es muy difícil abrirle la boca a un gato y tuve que desleírla en un poco de leche; masa pastosa que ignoro si habrán tomado por la noche. Jueves tiene la costumbre de montarse encima de la coneja y otras veces intenta ponerse debajo. Parece que lo hiciera por el frío, pero sospecho que lo hace por la ausencia de su madre, pues no busca calor sino contacto, y restriega su cabeza sobre el lomo de la que hemos forzado a adoptarle.

Nosotros sustituimos el amor de nuestra madre por eso que muchos llaman «complicidad», palabra extraña que trata de significar la lealtad y el cariño del ser al que amamos, palabra que, sin embargo, parece llevarnos a lo prohibido, por su connotación con el carácter semi-delictivo que acompaña a ciertas acciones que hemos decidido reprobar y perseguir criminalmente.
Hace unos días, ya creo haberlo contado, la coneja madre arrastró a una de sus crías junto al bebedero, sacándola del cajón que la abrigaba, y estuvo empujándola y lamiéndola un buen rato. Luego, cuando se apercibió de la mortandad, la dejó encastrada entre la malla y el recipiente de plástico y la cubrió de paja, procurando calor a quien ya no lo nota en esa forma. Era un conejito blanco al que el «juego» de
Mendel dio ese aspecto, pues sus padres no aportaban tal apariencia, salvo en los genes, y hube de retirarle de allí, pese a las embestidas de su madre, porque nada se podía hacer ya en tal esperanza.
A veces las cosas mueren; se muere el amor, e incluso las moscas llegan a quedarse quietas. Y cuando algo muere, nuestra terquedad o nuestra intención tratan de sustituirlo; pero ya no es lo mismo, nunca es lo mismo aunque lo revistamos de nuestra bienvenida o lo recarguemos en su sencillez inicial, porque sólo sabe renacer, aunque permanezca en el recuerdo.
Parece ser que hoy operan a “C”. Tuvo un dolor agudo el pasado día 5 y ha derivado en un problema de vesícula, que ha venido a complicarse con una inflamación del páncreas. Al principio me asusté, porque además de otra coincidencia de hospital, algo supe en septiembre y algo traía de lejos sobre las afecciones del páncreas, pero en este caso se trata de una consecuencia de las piedras acumuladas en su vesícula. Porque, ¿a quién no le han dicho, tras una copiosa cena?: ¡¡¡vas a pillar una pancreatitis!!! A mí me lo decían, hace tiempo, hará un par de años, tiempo que ha decidido removerse ahora, una vez más.
Vivir en el pasado trae consigo esas ventajas en el amor y esas punzadas en el sentimiento ausente, síntomas que no parecen clínicamente operables, ni olvidables o asimilables, porque lo que el ánimo derrocha, acaba quemándose, y lo que el corazón no entiende, acaba replanteándose en las manos de cada uno, precisamente entre las manos...,

...tus manos...



martes, 10 de octubre de 2000

NINDIRÍ 21.-

"EL SEÑOR SOTOMONTE EN LA NAO"
(FOTO ORIGINAL DE RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-21

Fecha:

Tue, 10 Oct 2000 00:28:29 +0200

De:

RFT

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nindiri@lettera.net


No se había apagado aún la polémica de la muerte de Dios, la muerte de Jesús a manos de los «Jidios», que eran franceses (no lo olvidéis), cuando el sábado se reprodujo aquí un incidente que a punto estuvo de causarme un disgusto.

Yo tenía por costumbre poner las orlas y los títulos universitarios en un cuarto de baño hasta que, hace unos años, heredé los cuadros de mi padre y tal destino me pareció irreverente.

Su título de bachillerato superior yo lo obtuve haciendo la reválida de sexto que nadie hacía, en Madrid, por libre, en el Ramiro de Maeztu; incluso saqué buena nota, con una traducción de Séneca sobre la naturaleza; su primer nombramiento de notario en Cea (Pontevedra), donde colocaban unos letreros en los árboles anunciando al Notario, como si fuera el pescadero: «El próximo Miércoles vendrá el Notario: compraventas, testamentos, reconocimiento de hijos, etc…»; el de la Academia de San Dionisio que jamás supe para qué servía, ni qué finalidad tenía esa Academia, aunque el nombre me traía buenos recuerdos, pues, de pequeños, nuestro médico se llamaba así: «DON DIONITIO»; decía yo, que me curó una cojera y el dolor en un tobillo, tras mirar la suela de mi zapato y que era capaz de confundir un sarampión con una urticaria leve─; o el de su carrera de Derecho, premio extraordinario incluido.

Por eso, una vez en esta casa, decidí colocarlos todos en la escalera y les uní los míos con algunas fotos y otras cosas. La escalera está tapizada con los inacabables tomos del Aranzadi de Jurisprudencia de mi padre (hoy, junto a la legislación, todo cabe en un Dvd) y se caerá todo en el primer seísmo. Este Aranzadi recuerda a una colección enciclopédica interminable e inútil, aunque no debemos olvidar que, gracias a él, os escribo desde aquí.

Pues bien, subía yo el sábado por la escalera junto a Sebastián, que siempre mira los libros que se pierden cuatro metros más arriba (y parece que te van a comer), cuando éste se fijó en el título de Derecho de mi padre y musitó:

―¡¡¡¡FRANCISCO FRANCO!!!!

Y, parándose en la escalera, dijo:

―Este señor es francés.―Añadiendo:

¿Y por qué el abuelo tiene ese papel de un señor francés?―me dijo con mirada amenazante.

Tragué saliva y le expliqué que Franco no era francés sino gallego, pero no sólo no lo admitió, sino que además se empecinó en que, si se llamaba «Franco», tenía que ser francés porque «los Francos» son franceses y él lo había estudiado en el colegio, y los francos eran los sucesores de «Asterix el Galo» y se lo habían dicho; y, además, Quintina, la profesora, decía que los francos eran franceses (Quintina, al parecer, es una profesora mayor, terrorífica, que, según Sebastián «te toca» un curso sí y otro no).

Tras la perorata todo ello en la curva de la escalera, cargado yo el brazo de puerros y cebollas, con Miércoles corriendo por el pasillo de abajo y Lúa detrás con aspecto asesino, intenté hacerle ver que el apellido Franco podía ser otra cosa y que no significaba necesariamente ser francés.

¡¡¡Y entonces, ¿por qué se llama así?!!!me dijo triunfante.

Empecé a pensar que a mí me daba lo mismo que Franco fuera francés, pero me sentía invadido por un cierto pesimismo y pesaba sobre mí un sentimiento racista hacia «lo francés» pues, a fin de cuentas, «los Jidios eran franceses».

En esta cavilación profunda fui nuevamente interrumpido:

―Y este señor, Franco, ¿qué hizo?―(????)

Cogí los puerros, que se me habían caído, agarré a Sebastián del cogote y tirando de él para arriba le dije:
Sí, tienes razón: ese señor es francés.

Satisfecho en su crueldad y sadismo, conformes la historia y yo, y apartados los malos pensamientos, Sebastián dijo leyendo dubitativo:

¡FRANCISCO FRANCO «BAHAMONTES»!

¡¡¡Como el Señor SOTOMONTE!!! ¡¡¡El amigo de Frodo Bolsón!!!

―Efectivamente, Sebastiánle dije―y además era francés.

Ahí acabó la «Guerra Civil».

La mañana del domingo nos deparó al gallo y a dos gallinas muertas, que sospechamos obra de Lúa, pues no tocó ni los pollos, ni a los pequeños patos amarillos y negros que rodean a Arturo. Pero nada se habló de los franceses. Además, ahora, para evitar trastornos históricos, subimos por la escalera de la terraza y evitamos más lecturas de títulos que poco me falta para colgar del palomar.

Cuando esto os escribo, arde entero el cerro de San Pedro. En la noche, parece un volcán, y creo todo, obra de una quema deliberada de rastrojeras y pastos, por si hubiéramos tenido poco este verano, que ha secado encinas y aulagas en algunos sitios.

Esto de la quema de montes, aunque sea para fortalecer la hierba, me sabe mal y confunde.

…Yo quemo etapas, pero no recuerdos.

P.S. "Todos hablan del sexo; no tomes a ninguno de ellos en serio...

ni a la prostituta ni al ermitaño ni a San Pablo ni a Freud.

Ama... y tus labios y los pechos de ella se convertirán

[misteriosamente

en sí mismos, en la esencia y el vacío"

(Aldous Huxley; citando de "Edipo en Pala" en "La Isla")


sábado, 7 de octubre de 2000

NINDIRÍ-20.-

"MONASTERIO EN CABO ESPICHEL"
(Original de RFT)


X400

Asunto:

NINDIRÍ20

Fecha:

Sat, 07 Oct 2000 02:09:54 +0200

De:

RFT

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nindiri@lettera.net


Ayer, poco antes de volver de Llanes por el camino de Saja di un paseo por la basílica y me paré ante la cruz de piedra que, según “C”, contiene los huesos del cementerio que había sobre la playa del Sablón. La cruz señala fecha de 1763 e indica que contiene sepultadas allí «las oseras». Yo había leído erróneamente: «…Aquí yacen sepultados los huesos de la Soseras»; y entendí que se trataría de alguien concreto, hasta que me corrigieron con la indicación de que lo grabado en aquella piedra era realmente «las oseras».

El diccionario de Doña María Moliner, incorporado a mi pupitre, refiere «osera» como «osería: guarida de osos». Para esa función de la guarda o custodia de osamentas usa el término «osero».

En esa cruz siempre hay flores y ayer había pétalos de buganvilla.
«Sic transit...»

Alguna vez os tengo que hablar de cruces, de las cruces de la carretera de Masaya que tanto me impresionaron. Las hay de todos los colores, formas y materiales; muchas de ellas invadidas por la maleza y otras retorcidas y tumbadas sobre innumerables bolsas de plástico. Son las cruces de los muertos Sandinistas y siempre me pregunté si los cuerpos estarían realmente allí o si fueron arrebatados y quedó sólo el símbolo, la señal.

Cuenta Salman Rushdie[1] que con motivo de un viaje a Nicaragua transitaba un día por la zona Norte, aún bajo el riesgo de «la Contra». El coche en el que iba ascendía por una carretera que va de Jinotega a Bocay y se trataba de un tramo famoso por su mortandad a causa de la explosión de una mina (la que mató a «los treinta y dos»). Rushdie, que es tan «dulce» en sus expresiones como un zumo de pomelo ―nunca he conocido un escritor tan antipático, incluyendo a Rosa Régas―, y conocía el terrible incidente, interrogó al oficial Sandinista que le acompañaba:

«¿Cómo protegéis las carreteras?», le pregunté al oficial del ejército que me acompañaba.

«Es imposible garantizar una seguridad total», me contestó.

«Comprendo―dije―. Sí. A propósito, ¿cómo sabéis cuando hay una mina en la carretera?»

«Se produce una gran explosión», replicó con cara de palo.

Y ahí quedó todo.

A mí siempre me impresionaron esas cruces de cuneta y su gran número.

Durante mi regreso, cuando iba llegando a Burgos, me llamaron por teléfono. Y el caso es que me han vuelto a alterar la conciencia, pero sigo madurando.

Cuenta “C” que el hijo de “M”, el nieto de tía “I”, anda muy preocupado por la muerte de Dios, por la muerte de Jesús. Dice el niño que a Jesús lo mataron «los Jidios en un palu», y estira los brazos para hacernos comprender tal muerte tan espantosa. Habla así porque ―según “C”― tiene acento de la «cuenca minera».

Ahora bien, lo importante no es que lo mataran «los Jidios» (al parecer hemos de traducirlo como «los Judíos»), sino que tales «Jidios», eran «¡¡¡franceses!!!», según cuenta el niño: «Los Jidios, que eran franceses, lu matarun en un palu».

Y queda tan campante.

Ya os dije que en este país lo de los «franceses» es algo peor que lo que hacemos con los gitanos, esos de los que en la «Cope» se extrañan de que sean todos «Evangelistas» o «Testigos de Jehová». A fin de cuentas, como dice mi madre, «protestantes»; pues mi hermana “C” dice que se va a Manchester y mi madre tiene un disgusto feroz porque todos los ingleses son «protestantes».

He vuelto del hospital. Juan y Sebastián duermen desde hace rato envueltos en sus edredones.

Mañana traeremos más gallinas, pollos, un gallo para el acoso y requiebro y tres patos más. Patos y patas. Pero no encuentro lugar para ensanchar el estanque…





[1] "La sonrisa del jaguar", Ed. Plaza & Janés, Barcelona 1997.



miércoles, 4 de octubre de 2000

NINDIRÍ 19.-

"CIENCIAS DE LA NATURALEZA"
(Ed. "S.M.")


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Asunto:
NINDIRÍ-19
Fecha:
Wed, 04 Oct 2000 01:22:51 +0200
De:
RFT
PARA:

Esta mañana me han alarmado con el envío de un virus. No quería yo destinar estos mensajes a tales cosas, pero dado lo sucedido (y lo que me han comentado) tengo que escribiros sobre ello.
Recibí a media mañana un mensaje con un ejecutable llamado PRETTY PARK.EXE. Venía de alguien con quien no mantengo contacto hace meses y dentro de un mensaje impersonal. Abrí el mensaje, pero no el EXE, el ejecutable. Con independencia de lo que ese virus haga, lo cierto es que si lo hubiera abierto podría copiar las direcciones de correo de mi libreta y expediros un mensaje incluyendo el virus. El remitente me ha llamado enseguida y me ha advertido. Yo he borrado el correo y lo he destruido pero, ¿a dónde va un mensaje supuestamente borrado dentro de Susana? Así que, ¡ojo al envío! y si os llega algo así no lo abráis y destruidlo.
Una segunda cuestión ha llamado mi atención y me ha hecho reflexionar sobre todo esto. Al hablar con “J” del problema del virus me ha comentado algo curioso. “J” cree que las alertas de virus no sirven para otra cosa que para captar direcciones de correo de la gente y generar cadenas inútiles en la Red, de las que alguien se beneficiará. Si no es exactamente esto lo que cree, no os lo va a poder decir, pero ya me reñirá a mí.
No era esto, sin embargo, lo curioso del comentario de “J”, sino lo que viene a continuación. “B” ha comentado a "J" que me transmita su deseo de no recibir más «Correos de Nindirí». En fin, que no le escriba. Aunque pienso que el propio “B” podría habérmelo dicho personalmente, lo cierto es que el comentario me llega de esta forma. El motivo esgrimido es que “B”, al parecer, ni sabe ni recuerda quién soy yo y, probablemente, no le hace gracia que yo le cuente estas cosas o que le incluya en un listado de mi correo.
Yo tomé la dirección de “B”, precisamente, de un correo de “J”, porque no ocultaba las direcciones en sus mensajes colectivos sobre la “SM” y, al conocerle, decidí hacerle partícipe de mis escritos; pero al parecer no le gusta y a lo mejor tampoco le gusta este mensaje.

Conocí a “B” en Jerez, en el colegio. Yo tenía siete años y él poco más de veinte. Repetía ingreso (por la edad, me dijeron) con Don “J.B.” ―hoy ordenado cura y dispensando su bondad en la iglesia de San Miguel― y “B” estaba allí. Ese año, al Padre Perea se le ocurrió ponerme en la portada de un libro de ciencias de la Editorial S.M., junto a un perro, el Turco, uno de los chuchos de Frasquito que vigilaba el Colegio (el perro; no Frasquito). ¿Podéis imaginaros la de cuernos que me habrán pintado en esa foto por todos los colegios de España, con mi raya del pelo a la derecha (como las niñas, me dijeron), mi camisa blanca y mi pantalón «DxT» (De por Te) de "El Corte Inglés" de Sevilla?
Pues bien, aquel colegio tenía pasillos enormes por los que se podía correr a toda velocidad y “B” corría mucho
ya lo creo que corría─, incluso más que yo. Hasta que un día nos pilló el Padre Perea, nos metió en su despacho y nos echó una bronca a los dos, a “B” y a mí. La perplejidad de mis padres cuando lo supieron no tenía límites. Yo había sido sorprendido con un profesor Marianista corriendo por los pasillos a toda velocidad; corriendo, que es lo que suelen hacer los niños de siete años con raya del pelo a la derecha, camisa blanca y pantalón "DxT". Esa misma perplejidad, ahora que paso por ahí, por ese recuerdo, se repitió unos años más tarde cuando me pusieron un 2 en conducta. Fue Don “M” quien lo hizo y mis padres fueron llamados a capítulo, pues ya sabéis lo que es un 2 en conducta. Sin embargo, cuando los recibió el religioso encargado de mi curso, Don “A. C.”, les dijo:
Sí, sí, de acuerdo, le han puesto un 2 en conducta, ¡¡¡pero tiene una voz este niño!!! ¡¡¡qué voz!!!
Yo cantaba el Magnificat y esas fruslerías en el coro del colegio y además era tiple, así que mis padres no acertaban a comprender qué hacían allí hablando de mi voz y con el 2 en conducta. Fui tiple hasta que, nada menos que en el verano del 68, en La Granja de San Ildefonso (primera novia, “C”; primer amor y los demás dicen que se amontonan[1]), donde aprendí a jugar a balón-volea, empecé a fumar unos cigarrillos, en teoría rubios, llamados “Bonanza”. Tras mi vuelta a casa, a Jerez, con la voz cambiada, se acabó el Magnificat, como se acabaron los «brotes de olivo».
Ese es el motivo de que yo escribiera a “B”. No sabía nada de él desde hacía cuarenta años y tenía ilusión por recordar todo aquello. Pero no le voy a escribir más y tampoco voy a escribir a cualquiera de vosotros que no lo desee, si me da un buen motivo para no hacerlo.
Mañana vuelvo otra vez a Llanes. Me encuentro tan vacío como estos días, pero el motivo lo merece. Mañana tendré tiempo para acordarme de todas estas cosas y de otras que me rondan.
Os sugiero "Actos de Agresión" de Noam Chomsky.
Yo no os escribo para molestar. Ni mucho menos. Os escribo para intentar motivar vuestros estados de ánimo, para haceros sonreír, pero, sobre todo, para que me lo hagáis saber desde vuestro interior y, si es posible, me ayudéis en lo que se os ocurra.
A fin de cuentas, me va la vida en ello.



[1] Espido Freire, “Primer Amor”; Ed.. Temas de hoy; Madrid, 2000.

martes, 3 de octubre de 2000

NINDIRÍ-18.-

"VENECIA"
(Foto original de RFT)

X400

Asunto:

NINDIRÍ-18

Fecha:

Tue, 03 Oct 2000 01:39:39 +0200

De:

RFT

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Al atardecer, un poco antes de las ocho, cuando viaja el amarillo y desciende el violeta, Lúa y yo salimos a pasear cañada adelante. Dejamos «Nindirí» por la verja de abajo y bajamos suavemente siguiendo el rastro de las últimas vacas que, de recogida, caminan perezosas cerca del primer pilón, del primer abrevadero, antes de la senda de Navalafuente.

Al cruzar la carretera, camino del colegio, un chucho pardo nos saluda e intenta aproximarse a la perra. Los dos le miramos con disgusto y nos deja proseguir calle abajo, cerca de ese chalet atemporal, atérmano, lleno de césped inútil y que linda con la pradera de los potros. A la derecha está la casa de “L”, con un madroño enorme plantado en el centro de ese porche descuidado, umbrío, en donde deshojamos unos nísperos este verano pasado.

Saludamos a la madre del alguacil, con sus achaques, que regenta el estanco del pueblo y pasamos junto a la casa de las palomas con su piscina pudorosa y envuelta en ese aligustre escaso. Ya en la entrada del pueblo, de mi pueblo, quebramos a la izquierda para evitar a “P” y subimos suavemente hacia la iglesia, buscando el mirador del cementerio. Allí, entre las tumbas deshechas que divisan el nuevo camposanto, vemos las montañas en sierra de La Cabrera, el Pico de la Miel y el Cancho Grande, y el final de la Cuerda Larga. No se puede ver «Nindirí», oculta entre sus árboles, pero se adivina el palomar y «El Montecillo».

Calle abajo de nuevo, la perra se asusta con el correr de una niña regordeta; niña de trenzas alegres. En su parada, la niña también se cohíbe y cesa en su carrera y yo, entre el fragor de miradas de perra y niña, casi me caigo tropezando con la propia Lúa.

Desembocamos nuevamente en la calle principal y ahorro un café por no saber de qué hablar y por no dejar a la perra atada en la calle. Ante la parada del autobús saludamos a dos jóvenes que esperan y, más abajo, de vuelta, chocamos con el inevitable “P” que nos habla de caza, de las golden o de las starking, de meses y de celos. Nunca he conseguido comprarle un yogur que no estuviera caducado y en mayo me traje, a su recomendación, una "reserva" de Muga carísima y que resultó muy útil para vinagre.

Ya oscurece y tenemos luna de compaña. Lúa no quiere beber en la fuente ni en el abrevadero. Subimos resollando la cuesta de la carretera de Valdemanco con las primeras estrellas y alcanzamos la verja bien rápido. Lúa corre hacia los bebederos y yo echo un vistazo a Miércoles y a Jueves que han venido a recibirnos alborozados.

Son días vacíos, sin motivaciones, sin compromisos o coherencias, días que anteceden al desorden y anuncian lo inevitable, en los que me mantengo impasible, sin lucha, casi sin ansia.